02 juin 2006

Hans Eysenck, Decadencia Y Ruina Del Imperio Freudiano, (fragmento)

Cuando yo era estudiante, la vida intelectual europea y americana estaba dominada por tres grandes figuras: en Física, Einstein; en Economía y Sociología, Karl Marx; en Psicología, por último, Sigmund Freud.

De los tres, es Freud quien peor ha sufrido la prueba del tiempo. Más que nociva, su doctrina parece hoy como desprovista de carácter científico, en el sentido de que no permite establecer predicciones controlables. Así lo han hecho ver Karl Popper y otros epistemólogos: si se determina el modo en que una teoría es desmentida por la experiencia, es que científicamente esa teoría nada tiene que decir. Pero aún, los métodos de tratamiento que Freud extrae de sus ideas son considerados ahora como casi ineficaces. Entre los especialistas su renombre ha bajado mucho, aún cuando no se pueda contestar su importancia como profeta del “cambio social”.

El mito del psicoanálisis

Freud pensó que el psicoanálisis encontraría una virulenta resistencia en la opinión pública, pero no fue así. Su doctrina fue aceptada con más facilidad que ninguna otra idea revolucionaria. En psiquiatría su método ha tenido, incluso hoy, una importancia considerable, sobre todo en USA. Asimismo, el psicoanálisis es el único método de psicología conocido por escritores, periodistas, cineastas, profesores, filósofos, y hasta el hombre de la calle. Para mucha gente, psicoanálisis es sinónimo de psicología. Nos encontramos así con una situación curiosa, en el sentido de que el psicoanálisis es plenamente aceptado por los profanos mientras que es rechazado por los que en ese dominio poseen conocimientos serios.

La conclusión de tal estado de cosas es que el psicoanálisis es un mito, es decir, un conjunto de creencias semireligiosas propagadas por individuos a los que se debe considerar, no como investigadores, sino como profetas o iluminados.

Falta de rigor

Freud, por su parte, estaba más interesado por el psicoanálisis como filosofía general que por sus descubrimientos concernientes a la persona y la posibilidad de conocer su “inconsciente”. Daba muy poca importancia a los aspectos curativos de su doctrina, y al final de su vida se hizo un tanto escéptico sobre las “curaciones” que obraba. Pero sus discípulos no están en esa vía: ellos persisten en afirmar que el psicoanálisis es, no sólo el mejor método de tratamiento, sino el único que garantiza una curación verdadera.

En realidad, lo único que acostumbran a hacer los psicoanalistas es dar a conocer ejemplos aislados e individuales (por supuesto, siempre curaciones) y tras utilizar tales ejemplos, extraen conclusiones de alcance general. Este procedimiento es un ejemplo clásico del sofisma “post hoc, ergo propter hoc”. El hecho de que un enfermo llamado John Doe, que sufre una fobia, empiece a sentir mejoría después de cuatro años de tratamiento psicoanalítico, no prueba de ningún modo que John Doe deba su mejoría al psicoanálisis, y menos que esa fobia se cure con el tratamiento dispensado.

Si quieren probar la eficacia de sus métodos, los psicoanalistas deberían ser más rigurosos, porque si los pacientes tratados por ellos no curan más ni en mayor número que los tratados por otros métodos, los casos de curación no deben considerarse. Es más, los sujetos tratados por el psicoanálisis, tardan más que los ausentes de tratamiento. Esta conclusión se deduce de la relación entre curaciones y sujetos tratados.

Sesenta años de retraso

En 1952 publiqué los resultados de mis observaciones: el psicoanálisis produce la menor curación de personas afectadas de neurosis. Una avalancha de réplicas, críticas y refutaciones se produjo, pero ni una de ellas mencionaba un sólo caso verificable experimentalmente que demostrara el valor del tratamiento psicoanalítico.

Debemos volver a la paradoja evocada al principio de este artículo: si los espíritus científicos y familiares a la psicología rechazan cada vez más la teoría de Freud, ¿por qué son tan populares? La respuesta es simple: Freud es, en sí, un escritor y un dramaturgo. Su doctrina tiene el aspecto de un drama moralizante con sus héroes, sus malvados y sus monstruos. Aquí el Ego, el Ello y el Superyo; allá el censor, dispuesto a entablar lucha con el inconsciente. Toda la trama, por otra parte, está centrada en la sexualidad. ¿Puede haber algo más atractivo? Pero nada tiene que ver con la ciencia. Freud mismo lo dijo: yo no soy por naturaleza científico.

Las teorías de Freud tienen la ventaja de que todos pueden jugar a psicoanalizar a sus amigos. Como la prueba científica no interviene para nada, jamás habrá error. Así se populariza el psicoanálisis y nace la paradoja. Hoy, ya pueden los sabios fruncir el ceño o los epistemólogos señalar que las doctrinas de Freud carecen de fundamento, porque como el hombre de la calle no lea las publicaciones científicas o las revistas de filosofía, nada de esto surtirá efecto alguno.

Pero otros métodos de tratamiento más rápidos y eficaces tienden hoy a sustituir al psicoanálisis. La casa que Freud había construido ha sido demolida; algunos ladrillos servirán sin duda a futuros arquitectos, pero la nueva construcción no se parecerá en nada a la de Freud.

Freud ha hecho retrasar la psiquiatría más de sesenta años, al no dar la menor importancia a la prueba científica. Abandonando a Freud, la psiquiatría podrá ser reconocida como una disciplina verdaderamente científica.

El "Comité" -Los siete anillos- en 1922: Freud, Sachs, Rank, Abraham, Eitingon, Jones.
Hans J. Eysenck, PUNTO Y COMA, Madrid, (diciembre-febrero, 1984).

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