25 juin 2006

Julius Evola, Servicio al Estado y burocracia, (texto entero)

Una señal característica de la decadencia de la idea de Estado en el mundo moderno está representada por la pérdida del significado de aquello que, en una acepción superior, significa el servicio al Estado. Allí donde el Estado se nos presenta como la encarnación de una idea y de un poder, en el mismo tienen una función esencial aquellas clases políticas definidas por un ideal de lealismo, clases que, en la acción de servir al Estado, sienten un elevadísimo honor y que, sobre tal base, ellas participan de la autoridad, de la dignidad y del prestigio inherentes a
la idea central, de modo tal de diferenciarse de la masa de los simples ciudadanos "privados". En los Estados tradicionales tales clases fueron sobre todo la nobleza, el ejército, la diplomacia y, finalmente, aquello que hoy se denomina como la burocracia. Es sobre esta última que nosotros queremos dirigir una breve consideración.

Tal como ha sido definida en el mundo democrático moderno del último siglo, la burocracia no es más que una caricatura, una imagen materializada, opacada y desfasada de aquello a lo cual debería corresponder su idea. Aun prescindiendo del presente inmediato, en el cual la figura del "estatal" se ha convertido en la imagen escuálida de un ser en lucha permanente con el problema económico, de modo tal de ser ya el objeto preferido de una especie de ludibrio y de amarga ironía, aun prescindiendo de esto, el sistema presenta caracteres inverosímiles. En los actuales Estados democráticos se trata de burocracias privadas de cualquier autoridad y de cualquier prestigio, privadas de una tradición en el mejor sentido de la palabra, con personal en exceso, mediocre, mal retribuido, caracterizado por prácticas lentas, desganadas, pedantes y farragosas. El horror hacia la responsabilidad directa y el servilismo hacia el "superior" son aquí otros rasgos característicos; en lo alto, otro rasgo que se encuentra es un vacío oficinismo. En general, el funcionario estatal medio de hoy en día se diferencia muy poco del tipo genérico moderno del "vendedor de trabajo"; efectivamente, en los últimos tiempos los "estatales" han asumido justamente la figura de una "categoría de trabajadores" que va detrás de las otras en cuanto a las reivindicaciones sociales y salariales en base a agitaciones e incluso huelgas, cosas éstas absolutamente inconcebibles en un Estado verdadero y tradicional, tan inconcebibles como el caso de un ejército que se pusiese a hacer huelga en una determinada circunstancia para imponer al Estado, comprendido como un "dador de trabajo" sui generis, sus exigencias. En la práctica, hoy se llega a ser empleados del Estado cuando se carece de iniciativas y no se tiene ninguna perspectiva mejor en la vida, teniendo en vista un sueldo modesto, pero seguro y continuo: por lo tanto algo propio de un espíritu más que pequeño burgués y utilitario. Y si en la baja burocracia la distinción entre quien
sirve al Estado y un trabajador o empleado privado cualquiera es a tal respecto casi inexistente, en las altas esferas el burócrata se confunde con el tipo del politiquero y del "puntero". Tenemos así "honorables" y "personas influyentes" investidas del poder de gobierno, pero las más de las veces sin el correlato de una verdadera y específica competencia, las cuales en las componendas ministeriales toman o se intercambian las carteras de uno u otro ministerio, apurándose en llamar a su alrededor a amigos o a compañeros de partido, teniendo menos en vista el
hecho de servir al Estado o al Jefe del Estado, cuanto el de recabar provecho de la propia situación.

Éste es el lamentable espectáculo que hoy nos presenta todo lo que es burocracia. Pueden influir aquí razones técnicas, el desmedido acrecentamiento de las estructuras y superestructuras administrativas y de los "poderes públicos": pero el punto fundamental es una caída de nivel, la pérdida de una tradición, la extinción de una sensibilidad, todos éstos fenómenos paralelos al del ocaso del principio de una verdadera autoridad y soberanía.

Nos viene a la mente el caso de un funcionario, que pertenecía a una familia de la nobleza, el cual presentó sus dimisiones cuando cayó la monarquía en su país. Se le preguntó entonces: "¿Cómo es que Ud., poseedor de riquezas incalculables, podía ser un funcionario a sueldo, sin tener ninguna necesidad de ello?". El estupor de quien se sintió hacer semejante pregunta no fue menor del de aquel que se la había hecho: puesto que él no podía concebir un honor mayor que el de servir al Estado y a su soberano. Y, desde la perspectiva práctica, no se trataba aquí de una "utilidad", sino de la adquisición de un prestigio, de un "rango", de un honor. Pero hoy en día, ¿quién no se asombraría si el hijo de un gran capitalista ambicionara convertirse en un..."estatal"?

En los Estados tradicionales el espíritu antiburocrático, militar, del servicio al Estado tuvo su símbolo en el uniforme el cual, así como los soldados, endosaban también los funcionarios (nótese como en el fascismo existió un deseo de retomar tal idea). Y en contraposición con el estilo del alto funcionario de hoy en día que hace servir su puesto a sus utilidades individuales, existía en ellos el desinterés de una impersonalidad activa. En la lengua francesa la expresión: "On ne le fait pas pour le Roi de Prussie" quiere decir aproximadamente: se lo hace aun cuando no nos viene una moneda en el bolsillo. Es una referencia a aquello que, por el contrario, fue el estilo de puro y desinteresado lealismo que constituyó el estilo de la Prusia de Federico II. Pero también en el primer self-government inglés las funciones más altas eran honoríficas y confiadas a quien gozara de una independencia económica, justamente para garantizar la pureza e impersonalidad de la función y simultáneamente el correspondiente prestigio. Tal como se ha mencionado, la burocracia en sentido negativo se ha formado paralelamente con la democracia, mientras que los Estados de Europa central, por haber sido los últimos en conservar rasgos tradicionales, conservan también mucho del estilo del puro y antiburocrático "servicio al Estado".

Cambiar las cosas, en especial en Italia, es hoy una empresa desesperada. Existen gravísimas dificultades técnicas, así como financieras. Pero la mayor dificultad se encuentra en aquello que deriva de la caída de nivel, del espíritu burgués, del espíritu materialista y ventajista, de la carencia de una idea de verdadera autoridad y soberanía.

(De Il Secolo d'Italia, 21 de Marzo de 1953)

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