Cap. X de L'erreur spirite
Ha llegado a ser algo usual el que no se pueda hablar del diablo sin provocar, en todos aquellos que se jactan de ser más o menos "modernos", es decir, en la inmensa mayoría de nuestros contemporáneos, sonrisas desdeñosas o "encogimientos de hombros" todavía más altivos; y hay personas que, teniendo ciertas convicciones religiosas, no son de las últimas en adoptar una actitud semejante, quizá por simple temor a pasar por "retrógados", quizá también de una manera más sincera. Éstas, en efecto, están obligadas a admitir en principio la existencia del demonio, pero experimentarían un cierto embarazo el tener que constatar su acción efectiva; ello perturba demasiado el estrecho círculo de ideas preconcebidas en el cual están acostumbradas a moverse. Es un ejemplo de ese "positivismo práctico" del cual ya hemos hablado: las concepciones religiosas son una cosa, la "vida ordinaria" otra muy distinta, y, entre ambas, se tiene mucho cuidado en establecer una barrera tan estanca como sea posible; tanto da decir que se comportan de hecho como un verdadero no creyente, al menos en la lógica; pero, ¿qué otro medio hay para actuar de otro modo, en una sociedad tan "clara" y tan "tolerante" como la nuestra, sin hacerse tratar como mínimo de "alucinado"? Sin duda, una cierta prudencia es siempre necesaria, pero prudencia no quiere decir negación "a priori" y sin discernimiento; sin embargo, se puede decir, en descarga de ciertos medios católicos, que el recuerdo de algunas mixtificaciones demasiado famosas, como las de Léo Taxil, no es extraño a esta negación: se va de un exceso a otro contrario; si bien es una treta del diablo el hacerse negar, es necesario convenir en que a veces no lo logra. Si abordamos esta cuestión del satanismo no sin alguna repugnancia no es por razones del género de aquellas que acabamos de indicar, pues un ridículo de esta clase, si es tal, nos afecta muy poco, y tenemos una posición muy clara con respecto al mundo moderno bajo todas sus formas como para no tener que usar de ciertas precauciones; pero apenas puede tratarse este tema sin tener que remover ciertas cosas que estarían mejor en la oscuridad. No obstante, es preciso resignarse a hacerlo en cierta medida, pues un silencio total a este respecto correría el riesgo de ser muy mal comprendido.
No pensamos que los satanistas conscientes, es decir, los verdaderos adoradores del diablo, hayan sido jamás demasiado numerosos; se cita mucho a la secta de los Yézidis, pero se trata de un caso excepcional, y todavía no está demasiado claro que haya sido correctamente interpretada; en cualquier otro lugar no se encuentran apenas más que casos aislados, hechiceros de la más baja estofa, pues no debería creerse que todos los hechiceros o "magos negros" más o menos caracterizados responden igualmente a esta definición, y muy bien pueden haber, entre ellos, quienes no creen en absoluto en la existencia del diablo. Por otra parte, está también la cuestión de los luciferinos: han existido, ciertamente, y esto aparte de las fábulas fantásticas de Léo Taxil y de su colaborador el Dr. Hacks, y quizá existan aún, en América o en otros lugares; si han constituido organizaciones, esto podría parecer ir en contra de lo que acabamos de decir; pero esto no significa nada, pues, si esta gente invoca a Lucifer y le rinde culto, es porque no lo consideran como el diablo, pues verdaderamente es a sus ojos el "portador de la luz" (1), e incluso hemos oído decir que hasta llegan a llamarle "la Gran Inteligencia Creadora". Éstos son satanistas de hecho, sin duda, pero, por extraño que pueda parecer a quienes no van al fondo de las cosas, no son más que satanistas inconscientes, ya que se equivocan sobre la naturaleza de la entidad a la cual dirigen su culto; y en cuanto al satanismo inconsciente, que tiene diversos grados, no es algo demasiado raro. A propósito de los luciferinos, debemos señalar un singular error: hemos oído afirmar que los primeros espiritistas americanos reconocían estar en relación con el diablo, a quien daban el nombre de Lucifer; en realidad, los luciferinos no pueden en absoluto ser espiritistas, ya que el espiritismo consiste esencialmente en creerse en comunicación con humanos "desencarnados", y generalmente niega la intervención de otros seres distintos en la producción de los fenómenos. Si incluso ha ocurrido que los luciferinos empleen procedimientos análogos a los del espiritismo, no por ello son espiritistas; esto es posible, aunque en general sea más verosímil el uso de procedimientos propiamente mágicos. Si los espiritistas, por su parte, reciben un "mensaje" de Lucifer o de Satán, no dudan por un solo instante en considerarlo proveniente de un "espíritu burlón", ya que hacen gala de no creer en el demonio, e incluso unen a esta negación una auténtica insistencia; al hablar del diablo, no solamente se corre el riesgo de despertar en ellos el desprecio, sino también el furor, lo que por lo demás es un mal signo. Lo que los luciferinos tienen en común con los espiritistas es que son bastante limitados intelectualmente, e igualmente cerrados a toda verdad de orden metafísico; pero son limitados en un sentido distinto, y ambas teorías son incompatibles; esto no significa, naturalmente, que las mismas fuerzas no puedan estar en juego en ambos casos, sino que la idea que se hacen en una y otra parte es completamente diferente.
Es inútil reproducir aquí las innumerables contradicciones de los espiritistas, así como de los ocultistas y los teosofistas, relativas a la existencia del diablo; fácilmente ocuparían todo un volumen, que por lo demás sería muy monótono y presentaría poco interés. Allan Kardec, como ya hemos visto, enseña que los "malos espíritus" mejorarán progresivamente; para él, ángeles y demonios son igualmente seres humanos, que se encuentran en los dos extremos de la "escala espiritista"; y añade que Satán no es sino la "personificación del mal bajo una forma alegórica" (2). Los ocultistas, por su parte, acuden a un simbolismo que apenas comprenden y que acomodan a su fantasía; por añadidura, asimilan generalmente los demonios a los "elementales" más bien que a los "desencarnados"; al menos, admiten seres que no pertenecen a la especie humana, y esto ya es algo. Pero he aquí una opinión que se sale un poco de lo ordinario, no en su fondo, sino en la apariencia de erudición con la que se envuelve: es la de Charles Lancelin, de quien ya hemos hablado; resume en estos términos "el resultado de sus investigaciones" sobre la cuestión de la existencia del diablo, a la cual, por otra parte, ha consagrado dos obras especiales (3): "El diablo no es más que un fantasma y un símbolo del mal. El Judaísmo primitivo lo ignoró; por otra parte, el Jehovah tiránico y sanguinario de los judíos no tenía necesidad de este espantajo. La leyenda de la caída de los ángeles se encuentra en el "Libro de Henoch", desde hace mucho tiempo reconocido como apócrifo y escrito tardíamente. Durante la gran cautividad de Babilonia, el Judaísmo recibió de las religiones orientales el concepto de las malas divinidades, pero esta idea se quedó en algo popular, sin que penetrara en los dogmas. Y Lucifer es aún la estrella de la mañana, y Satán un ángel, un hijo de Dios. Más tarde, si Cristo habla del Malvado y del demonio, es por puro acomodo a las ideas populares de su tiempo; pero, para él, el diablo no existía... En el Cristianismo, el Jehovah vengativo de los judíos se convierte en un Padre bondadoso: desde entonces, las demás divinidades son divinidades del mal. En su desarrollo, el Cristianismo entró en contacto con el Helenismo y recibió de él la concepción de Plutón y de las Furias, y sobre todo del Tártaro, acomodándolas a sus propias ideas, y asimilando confusamente todas las divinidades del paganismo greco-romano y de las diversas religiones con las cuales se encontró. Pero es en la Edad Media cuando nació verdaderamente el diablo. En este período de incesantes trastornos, sin ley, sin freno, el clero fue obligado, para matar a las potencias, a hacer del diablo el policía de la sociedad; retomó la idea del Malvado y de las divinidades del mal, lo fundió todo en la personalidad del diablo e hizo de él el espantapájaros de los reyes y de los pueblos. Pero esta idea, de la que era el representante, le dio un poder inmenso; así, cayó en su propia trampa, y desde entonces el diablo existió; en la corriente de los tiempos modernos, su personalidad se afirmó, y en el siglo XVII reinaba soberanamente. Voltaire y los enciclopedistas iniciaron la reacción; la idea del demonio declinó, y hoy muchos sacerdotes inteligentes la consideran como un simple símbolo..." (4). Es evidente que los sacerdotes "inteligentes" son los modernistas, y el espíritu que les anima es extrañamente similar al que se afirma en estas líneas; esta manera más que imaginativa de escribir la historia es bastante curiosa, pero es, en suma, la de los representantes oficiales de la pretendida "ciencia de las religiones"; visíblemente se inspira en los mismos métodos "críticos", y los resultados no difieren sensiblemente; es preciso ser muy ingenuo para tomar en serio a estas gentes que hacen decir a los textos lo que ellos desean, y que encuentran siempre el modo de interpretarlos conforme a sus propios prejuicios.
Pero volvamos a lo que hemos denominado el satanismo inconsciente, y, para evitar todo error, digamos en primer lugar que un satanismo de este género puede ser puramente mental y teórico, sin implicar ninguna tentativa de entrar en relación con entidad alguna, de la cual, en muchos casos, ni siquiera se considera la existencia. Es en este sentido que, por ejemplo, se puede considerar como satánica, en cierta medida, toda teoría que desfigure notablemente la idea de la Divinidad; y sería necesario situar en el primer rango de ellas las concepciones de un Dios que evoluciona y las de un Dios limitado; por otra parte, unas no son más que un caso particular de las otras, pues, para suponer que un ser pueda evolucionar, es preciso, evidentemente, concebirlo como limitado; decimos un ser, pues Dios, en estas condiciones, ya no es el Ser universal, sino un ser particular e individual, y ello sin mencionar un cierto "pluralismo" en el que el Ser, en sentido metafísico, no tendría cabida. Todo "inmanentismo" somete, más o menos abiertamente, la Divinidad al devenir; ello puede no ser aparente en sus formas más antiguas, como en el panteísmo de Spinoza, y quizá incluso esta consecuencia sea contraria a las intenciones de éste (no hay sistema filosófico que no contenga, al menos en germen, alguna contradicción interna); pero, en todo caso, esto es muy claro a partir de Hegel, es decir, en suma, desde que el evolucionismo hizo su aparición, y, en nuestros días, las concepciones de los modernistas son particularmente significativas a este respecto. En cuanto a la idea de un Dios limitado, también tiene, en la época actual, muchos partidarios declarados, sea en las sectas como aquellas de las que hablábamos al final del capítulo anterior (los mormones llegan a sostener que Dios es un ser corporal, a quien asignan como residencia un lugar definido, un planeta imaginario llamado Colob), sea en ciertas corrientes del pensamiento filosófico desde el "personalismo" de Renouvier hasta las concepciones de William James, que el novelista Wells se esfuerza en popularizar (5). Renouvier negaba el Infinito metafísico porque lo confundía con el pseudo-infinito matemático; para James, es algo distinto, y su teoría tiene su punto de partida en un "moralismo" muy anglosajón: es más ventajoso, desde el punto de vista sentimental, representarse a Dios a la manera de un individuo, con cualidades (en sentido moral) comparables a las nuestras; es entonces esta concepción antropomórfica lo que debe ser tenida por verdadera, según la actitud "pragmatista" que consiste esencialmente en sustituir la utilidad (moral o material) a la verdad; y, por otra parte, James, conforme a las tendencias del espíritu protestante, confunde la religión con la simple religiosidad, es decir, no ve en ella nada más que el elemento sentimental. Pero hay algo más grave aún en el caso de James, y es ello lo que nos ha hecho pronunciar a propósito de éste el término "satanismo inconsciente", que, al parecer, ha indignado tan vivamente a algunos de sus admiradores, particularmente en los medios protestantes cuya mentalidad está dispuesta a recibir semejantes concepciones (6): es su teoría de la "experiencia religiosa", que le hace ver en el "subconsciente" el medio para el hombre de ponerse en comunicación efectiva con lo Divino; se convendrá en que, de ahí a aprobar las prácticas del espiritismo, a conferirles un carácter eminentemente religioso y a considerar a los médiums como los instrumentos por excelencia de esta comunicación, no hay más que un paso. Entre otros elementos muy diversos, el "subconsciente" contiene indudablemente todo lo que, en la individualidad humana, constituye las huellas o los vestigios de los estados inferiores del ser, y aquello con lo que, con toda seguridad, el hombre se pone en comunicación, es con todo lo que representa esos mismos estados inferiores en nuestro mundo. Así, pretender que se trata de una comunicación con lo Divino es verdaderamente situar a Dios en los estados inferiores del ser, "in inferis" en el sentido literal de la expresión (7); se trata entonces de una doctrina propiamente "infernal", una inversión del orden universal, y es esto precisamente lo que llamamos "satanismo"; pero como es evidente que no es esto lo deseado y que quienes emiten o aceptan tales teorías no se dan cuenta de su enormidad, no es más que satanismo inconsciente.
Por lo demás, el satanismo, incluso consciente, se caracteriza siempre por una inversión del orden normal: adopta al revés las doctrinas ortodoxas e invierte de partida ciertos símbolos o ciertas fórmulas; las prácticas de los hechiceros no son, en muchos casos, más que prácticas religiosas realizadas al revés. Habría muchas cosas curiosas que decir acerca de la inversión de los símbolos; no podemos tratar esta cuestión ahora, y nos limitaremos a indicar que es éste un signo que raramente lleva a error; pero, según esta inversión sea intencional o no, el satanismo podrá ser consciente o inconsciente (8). Así, en la secta "carmelina" fundada hace años por Vintras, el uso de una cruz invertida es un signo que aparece a primera vista como eminentemente sospechoso; es verdad que este signo era interpretado como indicando que el reino del "Cristo doloroso" debía desde entonces dejar lugar al reino del "Cristo glorioso"; así, es muy posible que el propio Vintras no haya sido más que un satanista perfectamente inconsciente, a pesar de todos los fenómenos que se producían a su alrededor y que claramente dependen de una "mística diabólica"; pero quizá no podría decirse otro tanto de algunos de sus discípulos y de sus sucesores más o menos legítimos; esta cuestión, por lo demás, requeriría de un estudio especial, que contribuyera a aclarar singularmente una gran cantidad de manifestaciones "preternaturales" constatadas durante todo el curso del siglo XIX. Sea como sea, ciertamente existe algo más que un matiz entre "pseudo-religión" y "contra-religión" (9), y debe tenerse cuidado con las asimilaciones injustificadas; pero, de una a otra, pueden haber muchos grados por donde el pasaje se efectúe casi insensiblemente y sin que sea perceptible: es éste uno de los peligros especiales que son inherentes a toda usurpación, aunque sea involuntaria, sobre el dominio propiamente religioso; cuando uno se interna en una pendiente como ésta, apenas es posible saber cuando se detendrá, y es difícil rehacerse antes de que sea demasiado tarde.
Nuestra explicación relativa al carácter satánico de ciertas concepciones que no pasan habitualmente por tales requiere aún de un complemento que estimamos indispensable, porque hay demasiada gente que no sabe hacer distinciones entre dominios que, no obstante, están esencial y profundamente separados. Hay naturalmente, en lo que acabamos de decir, una alusión a la teoría metafísica de los estados múltiples del ser, y lo que justifica nuestro lenguaje es lo siguiente: todo lo que se dice teológicamente de los ángeles y de los demonios puede ser también dicho metafísicamente de los estados superiores e inferiores del ser. Esto es al menos notable, y hay aquí una "clave", como dirían los ocultistas; pero los arcanos que abre esta clave no están destinados a ellos. Éste es un ejemplo de lo que en otro lugar hemos dicho (10), que toda verdad teológica puede ser traducida en términos metafísicos, pero lo contrario no es cierto, pues hay verdades metafísicas que no son susceptibles de ser traducidas en términos teológicos. Por otra parte, esto no es más que una correspondencia, y no una identidad, ni siquiera una equivalencia; la diferencia de lenguaje implica una diferencia real de puntos de vista, y, desde el momento en que las cosas no son consideradas desde el mismo aspecto, ya no dependen del mismo dominio; la universalidad, que sólo caracteriza a la metafísica, no se encuentra en absoluto en la teología. Lo que la metafísica propiamente considera son las posibilidades del ser, y de todo ser, en todos sus estados; por supuesto, en los estados superiores e inferiores, así como en el estado actual, puede haber seres no humanos, o, más exactamente, seres en cuyas posibilidades no entre la individualidad específicamente humana; pero ello, que parece ser lo que interesa más particularmente al teólogo, no importa del mismo modo al metafísico, a quien le basta admitir que debe ser así, desde el momento en que es posible, y porque ninguna limitación arbitraria es compatible con la metafísica. Por otra parte, si hay una manifestación cuyo principio está en un cierto estado, poco importa que esta manifestación deba ser referida a tal ser más bien que a cualquier otro, de entre aquellos que se sitúan en ese mismo estado, e incluso, a decir verdad, puede ocurrir que no haya lugar a referirla especialmente a ningún ser determinado; es sólo el estado lo que conviene considerar, en la medida en que percibimos, en ese otro estado en el que estamos, algo que es como un reflejo o un vestigio, según se trate de un estado superior o inferior con respecto al nuestro. Es importante insistir en que una tal manifestación, sea de la naturaleza que sea, jamás traduce sino indirectamente lo que pertenece a otro estado; es la razón de que hablemos de su principio en lugar de hablar de su causa inmediata. Estas indicaciones permitirán comprender lo que dijimos a propósito de las "influencias errantes", algunas de las cuales pueden ser consideradas verdaderamente como "satánicas" o "demoníacas", mientras que otras son fuerzas puras y simples y aún otras el medio de acción de algunos seres propiamente dichos (11): tanto unas consideraciones como otras pueden ser ciertas según los casos, y debemos dejar el campo abierto a todas las posibilidades; por lo demás, esto no cambia en nada la naturaleza intrínseca de las influencias en cuestión. Se debe ver con ello hasta qué punto pretendemos mantenernos fuera de toda discusión de orden teológico; nos abstenemos voluntariamente de situarnos en ese punto de vista, lo que no quiere decir que no reconozcamos plenamente su legitimidad; e, incluso cuando empleamos ciertos términos tomados del lenguaje teológico, no hacemos en suma más que adoptar, basándonos en correspondencias reales, los medios de expresión apropiados para hacernos entender más fácilmente, lo cual es nuestro derecho. Dicho esto para poner las cosas en su lugar y para prevenir tanto como sea posible las confusiones de los ignorantes o de los malintencionados, no es menos cierto que los teólogos pueden, si lo juzgan adecuado, sacar partido, desde su punto de vista, de las consideraciones aquí expuestas; en cuanto a los demás, si hay quien teme a las palabras, no deberán sino llamar de otro modo a lo que nosotros continuaremos llamando diablo o demonio, porque no vemos inconveniente serio alguno en ello, y también porque probablemente seremos mejor comprendidos que si introducimos una terminología más o menos inusitada, que no constituiría más que una complicación perfectamente inútil.
El diablo no es solamente terrible, a menudo es grotesco; que cada cual entienda esto como le convenga, según la idea que de ello se haga; pero quienes pudieran estar tentados de asombrarse o incluso de escandalizarse por una tal afirmación pueden remitirse a los detalles estrafalarios que inevitablemente se encuentran en todo asunto de brujería, y hacer después una comparación con todas esas manifestaciones ineptas que los espiritistas tienen la insolencia de atribuir a los "desencarnados". He aquí un ejemplo tomado entre mil: "Se leyó una oración a los espíritus, y todo el mundo puso sus manos, algunos sobre la mesa, otros sobre el velador que estaba a continuación, y después se apagaron las luces... La mesa osciló un poco, y Mathurin, con ello, anunció su presencia... Inmediatamente, un violento ruido, como si una uña de acero arañara la mesa bajo nuestras manos, nos hizo estremecer. En ese momento, comenzaron los fenómenos. Golpes violentos se produjeron en el suelo, cerca de la ventana, en un lugar inaccesible para nosotros; después, un dedo materializado rascó fuertemente mi antebrazo; una mano helada tocó mis manos. Esta mano se calentó, golpeó mi mano derecha e intentó quitarme el anillo, pero por fin desistió... me arrugó el puño de la camisa y lo tiró sobre las rodillas de quien estaba sentado ante mí ; no lo encontré hasta que finalizó la sesión. Mi muñeca estaba rodeada por el pulgar y el índice de la mano invisible; mi chaqueta voló al suelo, la mano golpeó repetidas veces con los dedos sobre mi pierna derecha. Un dedo se introdujo bajo mi mano derecha, que se apoyaba enteramente sobre la mesa, y encontró el medio, no sé cómo, de arañar la palma de mi mano... Tras cada una de estas hazañas, Mathurin, que parecía encantado de sí mismo, ejecutaba sobre la mesa, contra nuestras manos, una serie de redobles. En muchas ocasiones pidió que cantáramos; incluso nos especificaba, a través de golpes, cuáles eran las canciones que prefería; se las cantábamos... un azucarero, una garrafa de agua, una copa, una botella de ron y una pequeña cuchara fueron puestas, antes de la sesión, sobre la mesa del comedor, cerca de la ventana. Oímos perfectamente a la entidad acercarse, echar agua y después ron en la copa y abrir el azucarero. Antes de poner azúcar en el ponche en preparación, la entidad cogió dos terrones y produjo unas curiosas chispas, frotándolos ante nosotros. Después volvió al ponche tras haber tirado sobre la mesa los terrones, y se echó el azúcar en la copa. Oímos cómo giraba la cucharilla, y algunos golpes me anunciaron que me ofreció la bebida. Para aumentar la dificultad, volví la cabeza, de forma que Mathurin, si buscaba mi boca, no encontrara sino mi oreja. Pero la copa encontró mi boca sin ninguna vacilación, y bebí el ponche de una manera más bien brusca, pero impecable, pues no se perdió una sola gota... Tales son los hechos que, desde hace más de quince años, se producen todos los sábados, con algunas variaciones..." (12). Sería difícil imaginar algo más pueril; hace falta mucha ingenuidad para creer que los muertos vuelven para entregarse a estas gracias de mal gusto; ¿y qué pensar de esa "oración a los espíritus" con la que se inicia una sesión semejante? Este carácter grotesco es evidentemente la marca de algo de un orden muy inferior; incluso aunque su origen sea humano (y en este caso incluimos a las "entidades" formadas artificialmente y más o menos persistentes), con seguridad proviene de las más bajas regiones del "subconsciente"; y todo el espiritismo, englobando prácticas y teorías, está, en un grado más o menos acentuado, impregnado de este carácter. No hacemos excepciones en lo que hay de más "elevado", al decir de los espiritistas, en las "comunicaciones" que reciben: aquellas que pretenden expresar alguna idea son absurdas, o ininteligibles, o de una banalidad que sólo no pueden ver algunas personas completamente incultas; en cuanto al resto, se trata del sentimentalismo más ridículo. Con seguridad, no es necesario hacer intervenir especialmente al diablo para explicar semejantes producciones, que están totalmente a la altura de la "subconsciencia" humana; si éste consintiera en mezclarse en tales asuntos, no experimentaría ciertamente ningún esfuerzo para hacer algo mejor que eso. Incluso se dice que el diablo, cuando quiere, es muy buen teólogo; es verdad, sin embargo, que no puede impedir dejar siempre escapar alguna tontería, que es como su firma; pero añadiremos que no hay sino un dominio que le está rigurosamente prohibido, y es el de la metafísica pura; no es éste el lugar de indicar las razones de ello, pero quienes hayan comprendido las explicaciones anteriores pueden adivinar una parte de ellas sin demasiada dificultad. Pero volvamos a las divagaciones de la "subconsciencia": basta con que ésta posea elementos "demoníacos", en el sentido que hemos dicho, y con que sea capaz de poner al hombre en relación involuntaria con influencias que, incluso aunque no sean más que simples fuerzas inconscientes por sí mismas, no por ello son menos "demoníacas", para que el mismo carácter se exprese en algunas de las "comunicaciones" de que se trata. Estas "comunicaciones" no son forzosamente de aquellas que, como ocurre frecuentemente, se distinguen por la grosería de su lenguaje; es posible que también sean, a veces, aquellas ante las cuales caen en rendida admiración los espiritistas. Hay, bajo este aspecto, señales que son muy difíciles de distinguir a primera vista: aquí también puede tratarse de una simple "firma", por así decir, constituida por el tono mismo del conjunto, o por alguna fórmula especial, por una cierta fraseología; y hay ciertos términos y fórmulas, en efecto, que se encuentran un poco por todas partes, que superan la atmósfera de tal o cual grupo particular, y que parecen ser impuestas por alguna voluntad que ejerce una acción más general. Simplemente lo constatamos, sin pretender extraer una conclusión precisa; preferimos dejar las disertaciones sobre esto, con la esperanza de que ello confirme sus tesis, a los partidarios de la "tercera mística", de esa "mística humana" que imaginó el protestante mal convertido que era Goerres (queremos decir que su mentalidad siguió siendo protestante y "racionalista" en ciertos aspectos); en cuanto a nosotros, si tuviéramos que plantear la cuestión sobre el terreno teológico, no sería exactamente de esta manera, puesto que se trata de elementos que son propiamente "infrahumanos", luego representativos de otros estados, incluso aunque estén incluidos en el ser humano; pero, una vez más, no es ésta nuestra intención.
Las cosas a las que acabamos de aludir se encuentran sobre todo en las "comunicaciones" que tienen un carácter especialmente moral, lo que por otra parte es el caso más numeroso; mucha gente no deja de indignarse de que se haga intervenir al diablo en todo ello, por indirectamente que sea, y piensa que puede predicar su moral; incluso es éste un argumento que a menudo esgrimen los espiritistas contra aquellos de sus adversarios que sostienen la teoría "demoníaca". He aquí, por ejemplo, en qué términos se expresa a este respecto un espiritista que al mismo tiempo es un pastor protestante y cuyas palabras, en razón de esta doble cualidad, merecen algo de atención: "Se dice en las Iglesias: pero estos espíritus que se manifiestan son demonios, y es peligroso ponerse en relación con el diablo. No tengo el honor de conocer al diablo (sic); pero, en fin, supongamos que existe; lo que de él sé es que tiene una reputación muy sólida, la de ser muy inteligente, muy maligno, y al mismo tiempo no ser un personaje bueno y caritativo. Ahora bien, si las comunicaciones nos vienen del diablo, ¿cómo se explica que, muy a menudo, tengan un carácter tan elevado, tan bello, tan sublime, que muy justamente podrían figurar en las catedrales y en la prédica de los oradores religiosos más elocuentes? ¿Cómo es que este diablo, tan malhechor y tan inteligente, se dedique en tantas circunstancias a dar a quienes con él se comunican las directrices más consoladoras y más moralizantes? No puedo creer entonces que estoy en comunicación con el diablo" (13). Este argumento no produce en nosotros ninguna impresión, primero, porque si el diablo puede ser un buen teólogo cuando encuentra ventaja en ello, puede también, y "a fortiori", ser moralista, lo cual no requiere de demasiada inteligencia; incluso podría admitirse, con alguna apariencia de razón, que es éste un disfraz que adopta para engañar mejor a los hombres y hacerles aceptar falsas doctrinas. Después, porque estas cosas "consoladoras" y "moralizantes" son precisamente, a nuestros ojos, del orden más inferior, y es preciso estar cegado por algunos prejuicios para encontrarlas "elevadas" y "sublimes"; situar a la moral por encima de todo, como hacen los protestantes y los espiritistas, es invertir el orden normal de las cosas; es entonces incluso "diabólico", lo cual no significa que todos los que así piensan estén por ello en comunicación efectiva con el diablo.
A propósito de ello, todavía hay una observación que hacer: y es que los medios en los que se experimenta la necesidad de predicar la moral en toda circunstancia son a menudo los más inmorales en la práctica; que se explique esto como se quiera, pero no deja de ser un hecho; para nosotros, la explicación es muy simple, y es que todo lo que atañe a este dominio pone inevitablemente en juego lo más bajo de la naturaleza humana; no es por casualidad que las nociones morales del bien y del mal sean inseparables una de otra y no puedan existir sino en oposición. Los admiradores de la moral, si no tienen los ojos demasiado cerrados por algún prejuicio incurable, pueden preguntarse como mínimo si no existen, en los medios espiritistas, muchas cosas que podrían alimentar esa indignación que ellos tan fácilmente manifiestan; si creemos en las personas que han frecuentado tales medios, hay allí demasiada indecencia. Respondiendo a algunos ataques aparecidos en diversos órganos espiritistas (14), F.-K. Gaboriau, entonces director del "Lotus" (y que debía dejar la Sociedad Teosófica un poco más tarde), escribía lo siguiente: "Las obras espiritistas enseñan y promueven fatalmente la pasividad, es decir, la ceguera, el debilitamiento moral y físico de los pobres seres a quienes se dirigen, y les hace trizas el sistema nervioso y psíquico en esas sesiones en las que toman cuerpo todas las malas y grotescas pasiones... Hubiéramos podido, por venganza, si la venganza estuviera admitida en la teosofía, publicar una serie de artículos sobre el espiritismo, haciendo desfilar en el "Lotus" todas las historias grotescas y horrorosas que conocemos (y no olvidéis que nosotros, los fenomenalistas, casi todos hemos pasado por la "casa"), mostrar a todos los médiums célebres juntos en un mismo saco (lo que no les priva de su autenticidad, pero sí de su santidad), analizar cruelmente las publicaciones de los Bérels (15), y son legión; decir, explicándolo, todo lo que se expone en el libro de Hucher, "La Spirite", volver sobre la historia de los orígenes del espiritismo, copiar de las revistas espiritistas americanas anuncios espiritistas de casas de prostitución, referir detalladamente los horrores de todo género que han pasado y que aún pasan en las oscuras sesiones de materialización, en América, en Inglaterra, en la India y en Francia, en una palabra, hacer quizá una útil obra de saneamiento. Pero preferimos callar y no confundir más a algunos espíritus ya demasiado confundidos" (16). He aquí, a pesar de la reserva, un testimonio muy claro y nada sospechoso: es el de un "neo-espiritualista" que, habiendo pasado por el espiritismo, está bien informado. Hemos leído otros del mismo género, y más recientes, como el de Jollivet- Castelot, un ocultista que sobre todo se ha ocupado de alquimia, y que se separó hace tiempo de la escuela papusiana a la que había pertenecido desde un principio. Fue en un momento en el que hubieron ciertos rumores, en la prensa, acerca de los indudables fraudes descubiertos en las experiencias de materialización que la Sra. Juliette Alexandre-Bisson, la viuda del célebre vaudevillista, y el Dr. von Schrenck-Notzig desarrollaban con una médium a quien se designaba con el misterioso apelativo de Eva C...; Jollivet-Castelot lanzó contra sí la cólera de los espiritistas dando a conocer, en una carta que fue publicada en el "Matin", que esta Eva C..., o Carrière, que se hacía también llamar Rose Dupont, no era otra en definitiva que Marthe Béraud, a quien ya había mitificado el Dr. Richet en Argel (y es además con la misma persona que otros sabios oficiales quieren experimentar en un laboratorio de la Sorbonne) (17). Chevreuil, en particular, cubrió de injurias a Jollivet- Castelot (18), que, llevado al límite, desveló brutalmente los inconfesables hábitos de ciertos medios espiritistas, "el sadismo mezclado con el fraude, con la credulidad, con la estupidez insondable, de muchos médiums... y experimentadores"; empleó incluso términos demasiado crudos para reproducirlos, y citaremos tan sólo estas líneas: "Es cierto que la fuente es a menudo impura. Esas médiums desnudas, esos exámenes a escondidas, esas minuciosas caricias de los fantasmas materializados, traducen más bien erotismo que un milagro del espiritismo y del psiquismo. Opino que si los espíritus volvieran, lo harían de otro modo" (19). Sobre esto, Chevreuil escribió: "No quiero pronunciar el nombre del autor que, enloquecido por el odio (sic), acaba de hundirse en la basura; su nombre ya no existe para nosotros" (20). Pero esta indignación, más bien cómica, no podía ser una refutación; las acusaciones permanecen, y tenemos todo el derecho a creer que están bien fundadas. Durante ese tiempo, se discutía, entre los espiritistas, sobre la cuestión de saber si los niños debían ser admitidos en las sesiones: parece que, en el "Fraternista", están excluidos de las reuniones en las que se realizan experiencias, pero, en cambio, se han instituido "cursos de bondad" (sic) para ellos (21); por otra parte, en una conferencia pronunciada ante la "Sociedad francesa de estudios de los fenómenos psíquicos", Paul Bodier declaró claramente que "nada podría ser quizá más perjudicial que hacer asistir a los niños a las sesiones experimentales que se hacen un poco por todas partes", y que "el espiritismo experimental no debe ser abordado hasta la adolescencia" (22). Los espiritistas un poco razonables temen entonces la influencia nefasta que sus prácticas no podrían dejar de ejercer sobre el espíritu de los niños; pero esta confesión, ¿no constituye una verdadera condena de tales prácticas, cuyo efecto sobre los adultos apenas es menos deplorable? Los espiritistas, en efecto, insisten siempre en que el estudio de los fenómenos, así como la teoría con la cual los explican, sea puesto indistintamente al alcance de todos; nada es más contrario a su pensamiento que considerarla como reservada a una cierta élite, que podría estar más precavida contra sus peligros. Por otra parte, la exclusión de los niños, que puede asombrar a quienes conozcan las tendencias propagandistas del espiritismo, se explica cuando se piensa en todos esos asuntos más que dudosos que ocurren en ciertas sesiones, y sobre los cuales acabamos de aportar testimonios indudables.
Otra cuestión que arrojaría una extraña luz sobre las costumbres de ciertos medios espiritistas y ocultistas, y que por lo demás se vincula directamente con la del satanismo, es el asunto del incubato y del sucubato, a la que hemos aludido al hablar de una investigación en la que se había hecho intervenir, de una manera más bien inesperada, el "sexo de los espíritus". Publicando la respuesta de Ernest Bosc a este respecto, la redacción del "Fraternista" añadía en nota: "El Sr. Legrand, del Instituto nº 4 de Amiens (es la denominación de una agrupación "fraternista") nos citaba, a principios de marzo (1914) el caso de una joven virgen de dieciocho años que, desde los doce, sufría todas las noches la pasión de un íncubo. Le fueron hechas confidencias circunstanciales y detalladas, asombrosas" (23). Lamentablemente, no se nos dice si esta joven, contrariamente a la regla, había frecuentado las sesiones espiritistas; en todo caso, se encontraba evidentemente en un medio favorable a tales manifestaciones; no decidiremos si se trata de un desequilibrio o de una alucinación, o si debe verse en ello algo más. Pero este caso no es un caso aislado: Ernest Bosc, afirmando con razón que aquí no se trataba de "desencarnados", aseguraba que "tanto viudas como jovencitas le habían hecho confidencias absolutamente asombrosas"; pero, prudentemente, añadía: "No podríamos hablar de esto, porque constituye un verdadero secreto esotérico no comunicable". Esta última afirmación es simplemente monstruosa: los secretos verdaderamente incomunicables, los que merecen ser llamados "misterios" en el sentido propio de la palabra, son de otra naturaleza, y no son tales sino porque cualquier palabra es impotente para expresarlos; y el verdadero esoterismo no tiene absolutamente nada que ver con estos asuntos (24). Hay otros ocultistas que, a este respecto, están lejos de ser tan reservados como el Sr. Bosc, puesto que conocemos a uno que ha llegado a publicar, en forma de panfleto, un "método práctico para el incubato y el sucubato", donde no se trata, ciertamente, sino de pura y simple autosugestión; no insistiremos sobre ello, aunque, si nuestros posibles contradictores pretendieran más precisiones por nuestra parte, caritativamente les diríamos que lo mejor que pueden hacer es renunciar a ello; demasiado bien conocemos a ciertos personajes que se autotitulan hoy en día "grandes maestros" de tales o cuales organizaciones pseudo-iniciáticas, y que harían mucho mejor permaneciendo en la sombra. Los asuntos de este orden no son de aquellos sobre los cuales nos guste hablar, pero no podemos dispensarnos de constatar que hay personas que experimentan una enfermiza necesidad de mezclar estos asuntos con los estudios ocultistas y supuestamente místicos; es bueno decirlo, aunque no sea sino para dar a conocer la mentalidad de éstos. Naturalmente, no se debe generalizar, pero estos casos son lo demasiado numerosos en los medios "neo- espiritualistas" como para que se trate de algo accidental; es otro peligro que debe ser señalado, y parece verdaderamente que estos medios sean aptos para producir toda clase de desequilibrios; incluso cuando no hubiera más que esto, ¿se podría negar que el epíteto de "satánico", tomado si se quiere en sentido figurado, sea demasiado fuerte para caracterizar algo tan malsano?
Queda todavía otro asunto, particularmente grave, del que es necesario decir algunas palabras: en 1912, el caballero Le Clement de Saint-Marcq, entonces presidente de la "Federación Espiritista Belga" y de la "Oficina Internacional del Espiritismo", publicó, con el pretexto de "estudio histórico", un innoble opúsculo titulado "L'Eucharistie", que dedicó a Emmanuel Vauchez, antiguo colaborador de Jean Macé en la "Liga francesa de enseñanza". En una carta insertada en la portada de este panfleto, Emmanuel Vauchez afirmaba "de parte de los espíritus superiores", que "Jesús no estaría del todo orgulloso del papel que el clero le ha hecho desempeñar"; se puede juzgar con ello la especial mentalidad de estas personas que, al mismo tiempo que eminentes espiritistas, son dirigentes de asociaciones de libre pensamiento. El panfleto fue distribuido gratuitamente, a título de propaganda, en miles de ejemplares; el autor atribuía al clero católico, e incluso a todos los sacerdotes, prácticas de las que es imposible precisar la naturaleza, y que por otra parte él no pretendía censurar, sino que en las cuales veía un secreto de la mayor importancia desde el punto de vista religioso e incluso político; esto puede parecer absolutamente inverosímil, pero así es. El escándalo fue grande en Bélgica (25); muchos espiritistas incluso se indignaron, y numerosos grupos dejaron la Federación; se pidió la dimisión del presidente, pero el comité se solidarizó con él. En 1913, Le Clement de Saint-Marcq comenzó una gira de conferencias en diferentes centros, en el transcurso de las cuales debía explicar su postura, pero esto no hizo sino complicar las cosas; el asunto fue sometido al Congreso espiritista internacional de Genève, que condenó formalmente el panfleto y a su autor (26). Éste debió entonces dimitir, y, con aquellos que le acompañaron en su retirada, formó una nueva secta llamada "Sincerismo", de la que formuló el programa en los siguientes términos: "La verdadera moral es el arte de apaciguar los conflictos; paz religiosa, por la divulgación de los misterios y la atenuación del carácter dogmático de la enseñanza de las Iglesias; paz internacional, por la unión federal de todas las naciones civilizadas del mundo en una monarquía electiva; paz industrial, por el reparto de la dirección de las empresas entre el capital, el trabajo y los poderes públicos; paz social, por la renuncia al lujo y la aplicación del excedente de los beneficios en obras de beneficencia; paz individual, por la protección de la maternidad y la represión de toda manifestación de sentimientos de envidia" (27). El opúsculo sobre "L'Eucharistie" ya había hecho ver suficientemente en qué sentido debía entenderse la "divulgación de los misterios"; en cuanto al último artículo del programa, era concebido en términos voluntariamente equívocos, pero se puede comprender sin demasiado esfuerzo pensando en las teorías de los partidarios de la "unión libre". Es en el "Fraternismo" donde Le Clement de Saint-Marcq encontró sus más ardientes defensores; sin osar no obstante llegar hasta el punto de aprobar sus ideas, uno de los jefes de esta secta, Paul Pillault, defendió su irresponsabilidad y encontró para ello la siguiente excusa: "en tanto que psicosista, debo declarar que no creo en la responsabilidad del Sr. Le Clement de Saint-Marcq, instrumento tan accesible a las diversas psicosis como cualquier otro ser humano. Influido, debió escribir este opúsculo y publicarlo; no es por otra parte sino en su aspecto tangible y visible donde hay que buscar la causa, la acción productora del contenido del panfleto incriminado" (28); Es preciso decir que el "Fraternismo", que no es en el fondo sino un espiritismo de tendencias fuertemente protestantes, da a su doctrina especial el nombre de "psicosía" o "filosofía psicósica": "las "psicosis" son las "influencias invisibles" (se emplea también el barbarismo "influencismo"), y las hay buenas y malas, y todas las sesiones comienzan con una invocación a la "Buena Psicosis" (29); esta teoría es llevada tan lejos que llega, de hecho, a suprimir casi por completo el libre arbitrio del hombre. Es cierto que la libertad de un ser individual es algo relativo y limitado, como lo es el ser mismo, pero no se debe exagerar; de buen grado admitimos, en cierta medida, y especialmente en casos como éste, la acción de influencias que pueden ser de muchas clases, y que, por otra parte, no son lo que piensan los espiritistas; pero, en fin, el Sr. Le Clement de Saint-Marcq no es un médium, que sepamos, como para no haber desempeñado sino el papel de un instrumento puramente pasivo e inconsciente. Por lo demás, lo hemos visto, no todo el mundo, incluso entre los espiritistas, le excusó tan fácilmente; por su parte, los teosofistas belgas, es preciso decirlo en su honor, estuvieron entre los primeros en expresar vehementes quejas; desgraciadamente, esta actitud no era del todo desinteresada, pues esto ocurría en la época de los escandalosos procesos de Madrás (30), y Le Clement había juzgado oportuno invocar, en apoyo de su tesis, las teorías que se le reprochaban a Leadbeater; era entonces urgente repudiar una solidaridad tan comprometedora. En cambio, otro teosofista, Theodor Reuss, Gran Maestre de la "Orden de los Templarios Orientales", escribió a Le Clement estas significativas líneas (reproducimos escrupulosamente su jerga): "Os envío dos panfletos: "Oriflammes" (31), en los cuales veréis que la Orden de los Templarios Orientales posee los mismos conocimientos que los expuestos en el panfleto L'Eucharistie". En la "Oriflamme", encontramos, efectivamente, esto, que fue publicado en 1912, y que aclara la cuestión: "Nuestra Orden posee la clave que abre todos los misterios masónicos y herméticos: es la doctrina de la Magia sexual, y esta doctrina explica, sin dejar nada en la oscuridad, todos los enigmas de la naturaleza, todo el simbolismo masónico, todos los sistemas religiosos". A propósito de esto, debemos decir que Le Clement de Saint-Marcq es un alto dignatario de la Masonería belga; y uno de sus compatriotas, Herman Boulenger, escribió en un órgano católico: "¿Está la Masonería tan agitada en el presente como para poseer en su seno una exégesis tan extraordinaria? No lo sé. Pero como declara que su doctrina es también el secreto de la secta (y a fe mía, que si no conociera sus procedimientos de documentación, podría creer que está muy bien situado para saberlo), si presencia es terriblemente comprometedora, especialmente para aquellos de sus miembros que se han alzado públicamente en contra de tales aberraciones" (32). Apenas sirve decir que nada de fundado hay absolutamente en las pretensiones de Le Clement de Saint-Marcq y de Theodor Reuss; es verdaderamente molesto que algunos escritores católicos hayan creído deber admitir una tesis análoga a la suya, sea en lo que concierne a la Masonería, sea con respecto a los misterios antiguos, sin darse cuenta de que así no podían sino debilitar su posición (al igual que cuando aceptan la imaginaria identificación entre magia y espiritismo); y no debían verse aquí sino las divagaciones de algunos espíritus enfermizos, y quizás más o menos "psicosiados", como dicen los "fraternistas", u "obsesionados", como diríamos nosotros de una forma más simple. Acaba de hacerse alusión a los "procedimientos de documentación" de Le Clement de Saint-Marcq; estos procedimientos, donde se manifiesta la más insigne mala fe, le valieron un ncierto número de desmentidos por parte de aquellos a quienes imprudentemente había acusado. Es así que se había hecho con la adhesión de un "sacerdote católico todavía en activo", citando una frase sacada de contexto, de forma que le daba un significado totalmente diferente al que en realidad tenía, y llamaba a esto "una confirmación formidable" (33); el sacerdote en cuestión, que era el abad J.-A. Petit, de quien hemos hablado anteriormente, se apresuró a rectificar, y lo hizo en los siguientes términos: "La frase es ésta: "Vuestra tesis descansa sobre una verdad primordial, que vos habéis sido el primero, que yo sepa, en mostrar al gran público". Así presentada, la frase parecía apoyar la tesis sostenida por el caballero de Saint-Marcq. Es esencialmente importante hacer desaparecer cualquier equívoco. ¿Cuál es esta verdad primordial? Los católicos pretenden que, en la Eucaristía, es el cuerpo mismo de Cristo, nacido de la Virgen y crucificado, quien está presente bajo la apariencia del pan y del vino. El caballero de Saint-Marcq decía: No, y a mi entender, tiene razón. Cristo no podía pretender estar ahí en cuerpo, y mucho menos crucificado, puesto que la institución del sacramento precedió a la crucifixión. Cristo está presente en la Eucaristía por el principio vital que se encarnó en la Virgen; es lo que el caballero de Saint-Marq ha sido el primero, que yo sepa, en señalar al gran público, y lo que yo llamo "una verdad primordial". Sobre este punto, estamos de acuerdo; pero aquí termina la coincidencia de nuestras ideas. El Sr. de Saint-Marcq hace intervenir un elemento humano, y yo un elemento espiritual, con todo el alcance que San Pablo atribuye a esta palabra (34), de manera que estamos en las antípodas uno del otro... Yo soy su adversario declarado, tal como queda claro en la refutación que realicé de su pequeño panfleto" (35). Las interpretaciones personales del abbé Petit, evidentemente, apenas nos parecen menos heterodoxas que cuando pretende que la "resurrección de la carne" significa la reencarnación; y, ¿es posible que actúe de buena fe introduciendo la palabra "crucificado", tal como hace, a propósito del cuerpo de Cristo presente en la Eucaristía? En todo caso, emplea mucha voluntad en declararse de acuerdo, aunque sea sobre un punto particular, con Le Clement de Sant-Marcq respecto a que Jesús no es más que un hombre; pero su respuesta no deja de constituir un formal desmentido. Por otra parte, Monseñor Ñadeuze, rector de la Universidad de Louvain, dirigió a la "Revue Spirite Belge", el 19 de abril de 1913, la siguiente misiva: "Se me comunica la aparición de su número correspondiente al 1 de marzo de 1913, en el que se alude a un pasaje del panfleto "L'Eucharistie" editado por el Sr. Le Clement de Saint-Marcq, y en e´cual éste cita una de mis obras para probar la existencia de las prácticas inmundas que constituirían el sacramento de la Eucaristía. Yo me rebajaré a entrar en una discusión con el Sr. Le Clement de Saint-Marcq sobre un tema tan innoble; solamente les ruego que señalen a sus lectores..., que, para interpretar mi texto como él lo hace, es preciso, o bien actuar de muy mala fe, o bien ignorar la lengua latina hasta el punto de no comprender nada. El autor pone en mi boca, por ejemplo (y escojo este ejemplo porque es posible citarlo sin mancillarse demasiado, no introduciendo aquí el autor la teoría nauseabunda en mis palabras): "La mentira jamás puede permitirse, a no ser para evitar mayores males temporales". En realidad, yo dije, en el pasaje citado: "La mentira jamás puede permitirse, ni siquiera para evitar mayores males temporales". He aquí el texto latino: "Dicendum est illud nunquam, en ad maxima quidem temporalia mala vitanda, fieri posse licitum". Un alumno de cuarto de latín no podría equivocarse sobre el sentido de este texto. Después de esto, la denominación de "Sincerismo" se nos antoja más bien irónica, y podemos terminar citando las palabras del Sr. Herman Boulenger calificando al panfleto en cuestión como "una historia escabrosa en la que el lector un poco al corriente de los datos de la teología mística ha podido reconocer, en las cosas que le han sido reveladas, los tradicionales caracteres de la acción diabólica" (36). Solamente añadiremos que la discordia sobrevenida en el espiritismo belga con ocasión de este asunto no duró demasiado: el 26 de abril de 1914 tuvo lugar, en Bruselas, la inauguración de la "Casa de los espiritistas"; tanto la "Liga Kardecista" como la "Federación Sincerista" fueron invitadas; dos discursos fueron pronunciados, el primero por el Sr. Fraikin, el nuevo presidente de la "Federación espiritista", y el segundo por el Sr. Le Clement de Saint-Marcq; se operó, pues, la reconciliación (37).
No hemos querido más que aportar aquí algunos hechos, que cada uno es libre de apreciar a su arbitrio; los teólogos verán probablemente algo distinto a lo que podrían encontrar los simples "moralistas". En cuanto a nosotros, no deseamos llevar las cosas al límite, y no nos incumbe plantear la cuestión de una acción directa y "personal" de Satán; pero ello importa poco, pues, cuando hablamos de "satanismo", no es así necesariamente como lo entendemos. En el fondo, las cuestiones de "personificación", si se nos permite la expresión, son perfectamente indiferentes desde nuestro punto de vista; lo que queremos en realidad decir es por completo independiente de esta interpretación particular, así como de cualquier otra, y no excluimos ninguna, bajo la única condición de que responda a una posibilidad. En todo caso, lo que vemos en todo esto, y más generalmente en el espiritismo y otros movimientos análogos, son influencias que indudablemente provienen de lo que algunos llaman la "esfera del Anticristo"; tal denominación puede ser también tomada simbólicamente, pero ello en nada modifica la realidad y no hace a estas influencias menos nefastas. Seguramente, quienes participan en tales movimientos, e incluso quienes creen dirigirlos, pueden no conocer nada de estos asuntos; es éste el mayor peligro, pues muchos de ellos, ciertamente, se alejarían con horror si pudieran darse cuenta de que son los servidores de las "potencias de las tinieblas"; pero a menudo su ceguera es irremediable, e incluso su buena fe contribuye a atraer nuevas víctimas; ¿no nos autoriza esto a decir que la suprema habilidad del diablo, de cualquier manera que se le conciba, consiste en convencernos de que no existe?
NOTAS
1. Mme. Blavatsky, que dió el nombre de "Lucifer" a una revista que fundó en Inglaterra hacia el fin de su vida, pretendía igualmente considerarlo en ese sentido etimológico de "portador de la luz", o, como ella decía, de "portador de la llama de la verdad"; pero no veía en él sino un puro símbolo, mientras que, para los luciferinos, es un ser real.
2. "Le livre des esprits", pp. 54-56. Sobre Satán y el infierno, cf. Léon Denis, "Christianisme et spiritisme", pp. 103-108; "Dans l'invisible", pp. 395-405.
3. "Histoire mythique de Shatan" y "Le ternaire magique de Shatan".
4. "Le monde psychique", febrero de 1912.
5. "Dieu, l'invisible roi".
6. Se nos ha reprochado también, desde esos medios, lo que se ha creido poder llamar un "prejuicio antiprotestante"; nuestra actitud a este respecto es en realidad todo lo contrario a un prejuicio, ya que hemos llegado a ello de una manera perfectamente reflexiva y como conclusión de muchas consideraciones que ya hemos indicado en diversos pasajes de nuestra "Introduction générale à l'étude des doctrines hindoues".
7. Su opuesto es "in excelsis", en los estados superiores del ser, que están representados por los cielos, al igual que la tierra representa el estado humano.
8. Algunos han querido ver símbolos invertidos en la figura de la "cepa de vid dibujada por los espíritus" que Allan Kardec ha ordenado situar en la portada del "Livre des esprits"; la disposición de los detalles es en efecto lo bastante extraña como para dar lugar a tal suposición, pero no tiene la suficiente claridad, y no indicamos esto más que a título documental.
9. En la brujería, la "contra-religión" intencional viene a superponerse a la magia, pero siempre debe ser distinguida de ésta, que, incluso cuando es de un orden muy inferior, no posee ese carácter por sí misma; no hay ninguna relación directa entre el dominio de la magia y el de la religión.
10. "Introduction générale à l'étude des doctrines hindoues", pp. 112-115.
11. Algunos ocultistas pretenden que lo que se nos aparece como fuerzas son en realidad seres individuales, más o menos comparables a los seres humanos; esta concepción antropomórfica es, en muchos casos, todo lo contrario de la verdad.
12. "Le Fraterniste", 26 de diciembre de 1913 (artículo de Eugène Philippe, abogado de la Audiencia territorial de París, vice-presidente de la Sociedad Francesa de Estudios de los Fenómenos Psíquicos). El relato de una sesión muy similar, con los mismos mediums (la Sra. y la Srta. Vallée) y la misma "entidad" (que incluso fue calificada de "guía espiritual") apareció en "L'Initiation", en octubre de 1911.
13. Discurso del pastor Alfred Bénézech en el Congreso Espiritista de Genève, en 1913.
14. Especialmente en la "Revue Spirite" del 17 de septiembre de 1887.
15. Se trata de un médium llamado Jules-Edouard Bérel, que modestamente se hacía llamar "el secretario de Dios", y que acababa de hacer aparecer un enorme volumen lleno de las peores extravagancias. Otro caso patológico análogo, aunque sin relación con el espiritismo propiamente dicho, era el de un tal Paul Auvard, que escribió, "bajo el dictado de Dios", un libro titulado "Le Saint Dictamen", en el cual había de todo excepto cosas sensatas.
16. "Le Lotus", octubre de 1887.
17. Estas experiencias, terminadas después de que esto haya sido escrito, han dado un resultado completamente negativo; es preciso creer que esta vez se habían adoptado las necesarias precauciones.
18. "Le Fraterniste", 9 de enero y 1 y 6 de febrero de 1914.
19. "Les Nouveaux Horizons de la Science et de la Pensée", febrero de 1914, p. 87.
20. "Le Fraterniste", 13 de febrero de 1914.
21. "Le Fraterniste", 12 de diciembre de 1913.
22. "Revue Spirite", marzo de 1914, p. 178.
23. "Le Fraterniste", 13 de marzo de 1914.
24. Es preciso hablar aquí de ciertos asuntos de "vampirismo" que dependen de la más baja hechicería; incluso aunque aquí no intervenga ninguna fuerza extra- humana, todo esto apenas es más válido.
25. Se han producido en este país asuntos verdaderamente extraordinarios del mismo género, como las historias del Black Flag, por ejemplo; éstas no se referían al espiritismo, pero existen en todas estas sectas más ramificaciones de lo que se piensa.
26. Discurso pronunciado en el Congreso nacional espiritista belga de Namur por el Sr. Fraikin, presidente, el 23 de noviembre de 1913.
27. "Le Fraterniste", 28 de noviembre de 1913.
28. "Le Fraterniste", 12 de diciembre de 1913.
29. Reseña del primer Congreso de las Fraternidades, celebrado en Lille el 25 de diciembre de 1913: "El Fraterniste", 9 de enero de 1914. Cf. id., 21 de noviembre de 1913.
30. Ver "Le Théosophisme", pp. 207-211.
31. La "Oriflamme", pequeña revista publicada en alemán, es el órgano oficial de las diversas agrupaciones de la Masonería "irregular", dirigidas por Theodor Reuss, y del cual hemos hablado a propósito de la historia del teosofismo (pp. 39 y 243-244).
32. "Le Catholique", diciembre de 1913.
33. Id., octubre de 1913.
34. I, Corintios, XV, 44.
35. "Le Catholique", diciembre de 1913. La refutación en cuestión apareció en "La Vie Nouvelle", de Beauvais.
36. "Le Catholique", diciembre de 1913.
37. Le Clement de Saint-Marcq jamás ha renunciado, sin embargo, a sus especiales ideas; incluso recientemente ha publicado un nuevo opúsculo, en el cual sostiene las mismas teorías.
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