El término "antinomia" del griego antinomía (contra la ley), mas allá de su relativa legitimidad tardía del sentido de contradicción entre dos hipótesis o principios, se remonta originalmente al conflicto introducido en la palabra que se aplica a los objetos para denotar sus esencias o cualidades reales. Dicho conflicto, evidentemente, ha derivado, dentro del proceso cultural occidental en las diversas antilogías que siempre subyacen en todo carácter de anomalía o nominalismo que se atribuye a la palabra en el acto de nombrar las cosas.
De dicha circunstancia, en relación a los correspondientes fijativos mentales que se han venido sucediendo, el racionalismo es el que mayor influencia ha obrado, particularmente, al convalidar la contradicción entre dos proposiciones que se reconocen igualmente demostrativas y que se excluyen mutuamente, es decir que, a pesar de ser contradictorias, cada una de ellas puede ser similarmente demostrada de un modo persuasivo y convincente por medio de la razón.
Tales planteamientos de la razón formalista han generado la entronización de diversas teorías como, por ejemplo, el famoso caso de las paradojas kantianas en donde el enunciados de sus cuatro tesis con sus correspondientes antítesis desembocan en la dubitación o duda racional y por ende en los consabidos aporemas, cuyos falsos apriorismos, en un carácter metódico de aproximaciones sucesivas, se hallan casi totalmente alejados de toda exposición con probabilidades metafísicas o de una demostración de pluralidad de sentidos, tal como ello se entiende de los cánones inherentes a las doctrinas y a las ciencias tradicionales.
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