23 mai 2006

Elie Lemoine, A Propósito Del Hermetismo, (fragmento)

Se habla mucho, con frecuencia a tontas y a locas, de alquimia y también de astrología, o más bien de lo que recibe abusivamente el nombre de estas antiguas ciencias tradicionales en nuestra época, en la que las confusiones han llegado a ser extremas en todos los dominios y en la que parece que sean las realidades más "sagradas" las que son objeto de las más paródicas deformaciones. Es siempre la corruptio optimi pessima. Dejando aquí de lado el caso de la astrología y también el de la medicina que no nos interesan directamente, querríamos recordar lo que es la verdadera alquimia tradicional tal como ha existido en Occidente en la Edad Media, y lo que implica su ejercicio legitimo. Precisamos que en Occidente, pues su exacta correspondencia se encuentra de la misma manera pero, naturalmente, con modos de expresión y métodos de realización bastante diferentes, tanto en la India como en el Tíbet y en China: pero lo que nosotros consideraremos es la alquimia tal cual se ha transmitido en el mundo cristiano y a la cual, históricamente, conviene propiamente, como también a la del Islam, el nombre de alquimia (2)

Lo que es necesario tener en cuenta desde el principio es que la alquimia, sea cual fuere la forma en que se la quiera considerar, no podría ser tomada como suficiente en sí misma. No es, en efecto, más que una simple "técnica", es decir, un conjunto de medios que sólo se justifican y se explican como aplicación a un dominio particular de los principios a los que estos medios son y deben permanecer vinculados, a falta de lo cual no seria nada más que una ciencia experimental como las demás, desprovista de todo carácter sagrado. La alquimia tradicional no es bajo ningún concepto ni desde ningún punto de vista algo que provenga de la experiencia. Esto significa que quien procede a la obra alquímica no puede ser un "investigador" o un simple "practicante", sino que debe ser alguien que ponga en marcha concienzudamente un conocimiento de orden teórico que haya asimilado y comprendido. Y, dicho sea de paso, se podría decir lo mismo en lo que concierne al yoga, tal como se practica en nuestros días en Occidente (3).

Aún debemos precisar que, por conocimiento de orden teórico entendemos, no solamente aquel que trata de los procedimientos a emplear, sino también y principalmente el de los principios de los cuales estos procedimientos son aplicación, y del fin al cual están destinados a conducir y que es su verdadera razón de ser (4) pues, aquí también, vale el adagio Ars sine scientia nihil. En otras palabras, si, como es normal hacerlo, se reserva en propiedad el nombre de alquimia a estos procedimientos y a su puesta en acción efectiva, la doctrina de la que se trata -y aquí es adonde queríamos llegar- no podría de ningún modo ser calificada ella misma de alquímica. En este sentido, no existe doctrina alquímica, sino una doctrina hermética de la que los procedimientos alquímicos son una aplicación (5). Por lo demás, puesto que, como lo recordábamos más arriba, la obra alquímica es tal sólo en tanto que está vinculada a los principios, es estrictamente necesario -y llamamos especialmente la atención sobre este particular- para que permanezca efectiva, que haya la presencia de una "influencia espiritual" actualmente operante, y esto quiere decir que sólo tiene derecho al nombre de alquimista en e! pleno sentido del término el que ha recibido válidamente la correspondiente iniciación, a saber, la iniciación hermética. Ciertamente, no es inútil recordarlo teniendo presentes las confusiones e incomprensiones a las que hacíamos alusión al principio. Esto nos lleva a comprender cuál es, precisamente, el sentido de las operaciones alquímicas: se trata exactamente del trabajo iniciático por medio del cual la iniciación, de virtual que era al principio, podrá tender a devenir plenamente efectiva (6).

Ahora bien, para estar en condiciones de recibir realmente la iniciación hermética, no es suficiente poseer las cualificaciones requeridas, por indispensables que éstas sean, es necesario aún que exista actualmente una organización iniciática habilitada para conferir esta iniciación, y esto introduce un nuevo orden de cuestiones. En primer lugar, ¿cuál es exactamente la naturaleza de la iniciación hermética y a qué tradición se vincula?, ¿Existe algo a lo que pueda denominarse tradición hermética en el sentido de una tradición completa y autosuficiente, como lo son la tradición cristiana y la tradición islámica?. Evidentemente no, puesto que sino no habría podido incorporarse al esoterismo (de estas tradiciones) hasta el punto de llegar a ser verdaderamente parte integrante de una y otra (7). Podemos no obstante hablar de tradición hermética en un sentido derivado puesto que existe, incontestablemente, transmisión real de "influencias espirituales" operando en el dominio iniciático. Pero ¿cuál es su naturaleza exacta"? "La doctrina así designada está, por ello mismo, relacionada con Hermes, en tanto que éste era considerado por los Griegos como idéntico al Toth egipcio; esto presenta por lo demás a esta doctrina como esencialmente derivada de una enseñanza sacerdotal, pues Toth, en su papel de conservador y de transmisor de la tradición, no es otra cosa que la representación del antiguo sacerdocio egipcio, o más bien, para hablar más exactamente, del principio de inspiración "supra-humano" del que éste tomaba su autoridad y en el nombre del cual formulaba y comunicaba el conocimiento iniciático" (8) Pero, como hemos visto, no es esta tradición egipcia en su integridad la que ha sido transmitida y se ha visto incorporada al esoterismo islámico y después, sin duda por intermedio de éste, al esoterismo cristiano, lo cual es una imposibilidad manifiesta, sino sólo su parte cosmológica que parece haber sido particularmente desarrollada (9). El hermetismo es pues una doctrina esencialmente cosmológica y no propiamente metafísica, doctrina volcada al conocimiento de lo que podemos llamar el 'mundo intermedio', es decir, del dominio de la manifestación sutil en el que se sitúan las prolongaciones extracorporales de la individualidad humana, o las posibilidades cuyo desarrollo concierne a los “pequeños misterios" (10), y cuya culminación efectiva constituye "la perfección del estado humano (por) la reintegración del ser al centro de este estado y la plena expansión de sus posibilidades individuales a partir de ese centro (lo que supone) la restauración del “estado primordial" (11). Hasta aquí lleva la iniciación hermética. No va más lejos. Se acaba con el grado de "hombre verdadero", a diferencia del Yogui de la tradición hindú, o del Sufí de la tradición islámica "(que ha) realizado en su ser la total posibilidad del “Hombre Universal”(12).

Ahora bien, ¿quiénes son o quiénes fueron en Occidente los auténticos depositarios de la iniciación hermética? Existe un vínculo estrecho entre hermetismo y rosacrucismo como aperciben las siguientes líneas de Rene Guénon: "El nombre tomado del símbolo (de la Rosa-Cruz; no ha sido aplicado a un grado iniciático más que a partir del siglo XIV y, además, únicamente en e! mundo occidental; no se aplica pues más que con relación a una determinada forma tradicional, que es la del esoterismo cristiano o, más precisamente aún, la del hermetismo cristiano... El sentido general de la "leyenda" de (Christian Rosenkreutz) parece ser que, tras la destrucción de la Orden del Temple, los iniciados en el esoterismo cristiano se reorganizaron, de acuerdo con los iniciados del esoterismo islámico, para mantener en la medida de lo posible el vínculo que antes había sido roto por esta destrucción, (después) el vínculo tradicional del que se trata fue definitivamente roto por el mundo occidental, lo que se produjo en el curso del siglo XVII, tras la conclusión de los tratados de Westfalia ... Se dice que los Rosa-Cruz se retiraron entonces a Oriente, lo que significa que en Occidente dejó de existir una iniciación que permitiese alcanzar efectivamente ese grado, y también que la acción que era ejercida hasta entonces por el mantenimiento de la enseñanza tradicional correspondiente cesó de manifestarse, al menos de una forma regular y normal" (13). Todo vestigio de iniciación hermética ¿habría desaparecido, pues, definitivamente en Occidente? Parece que es necesario matizar pues, por una parte, Guénon habla aquí de una iniciación que permite alcanzar efectivamente el grado de Rosa-Cruz, es decir, la plena restauración del estado primordial, lo que no excluye forzosamente los grados que se sitúan antes de este estado y, por otra parte, a pesar del estrecho vínculo existente entre los Rosa-Cruz y la tradición hermética, no se dice que haya que considerar a los primeros como los únicos representantes auténticos de la segunda. Lo que complica las cosas es la cuestión de los Rosacrucianos, término éste que "puede designar a todo aspirante al estado de Rosa-Cruz, sea cual fuere el grado efectivamente alcanzado por aquél, e incluso si no ha recibido más que una iniciación simplemente virtual en la forma a la que esta designación conviene propiamente de hecho" (14). La cuestión, pues, se plantearía mejor así. ¿Existen aún hoy en Occidente Rosacrucianos aptos para conferir la iniciación hermética? Ahora bien, habría que hacer otra distinción entre los Rosacrucianos, en el sentido que acaba de ser definido, y los que son llamados así en razón de su pertenencia a una sociedad cualquiera autodenominada "rosacruciana". En esto, conviene ser particularmente vigilante, pues "quienes se hicieron conocer entonces (en el siglo XVII) con este nombre estaban ya más o menos desviados, o en todos caso muy alejados de la fuente original. Con más razón fue así para las organizaciones que se constituyeron más tarde todavía bajo el mismo vocablo, la mayor parte de las cuales sin duda no habrían podido reclamarse, respecto a los Rosa-Cruz, de ninguna filiación auténtica y regular, por indirecta que fuere; y no hablamos, evidentemente, de las múltiples formaciones pseudo-iniciáticas contemporáneas que no tienen de rosacruz más que el nombre usurpado" (15). No obstante, Guénon pone aparte "el caso de la posible supervivencia de algunos raros grupos de hermetismo cristiano de la edad media, por lo demás en todo caso extremadamente restringidos" (16). Si existen tales grupos, sólo en su seno podría ser legítimamente emprendido el trabajo alquímico todo el resto no es más que fantasía o algo peor.

Pero, ¿en qué consiste exactamente este trabajo? La respuesta de Guénon a esta pregunta es de una particular claridad; "Otro punto sobre el que cabe insistir es la naturaleza puramente 'interior' (fijémonos bien en este adverbio: puramente) de la verdadera alquimia, que es propiamente de orden psíquico cuando se la toma en su aplicación más inmediata, y de orden espiritual cuando se la transpone en su sentido superior: esto es, en realidad, lo que le da todo su valor desde el punto de vista iniciático. Esta alquimia no tiene, pues, absolutamente (la misma observación que antes para la palabra puramente) nada que ver con las operaciones materiales de una "química" cualquiera, en el sentido actual del término (17), lo que no niega toda posibilidad de transmutación exterior, pues "toda realización digna de este nombre, es susceptible de tener repercusiones en el exterior" (18) de este género, pero eso proviene en suma de los "poderes" de los que todas las tradiciones siempre han invitado a desconfiar.

No tenemos en absoluto la intención, en este breve estudio, de librarnos a un análisis más o menos detallado de los diversos símbolos herméticos. Querríamos solamente subrayar al terminar dos puntos que nos parece merecen una especial atención. Hablamos, por una parte, de lo que dice Guénon en su libro sobre La Gran Tríada en el capitulo consagrado a la doble espiral, de la doble fuerza cósmica y de su correspondencia con "los dos nâdis o corrientes sutiles a derecha e izquierda" en el ser humano (19); y, por otra parte, de lo que dice del ternario alquímico del Azufre, del Mercurio y de la Sal: "En otra aplicación menos restringida, es la individualidad entera la que corresponde a la Sal: el Azufre, entonces, es siempre el principio interno del ser, y el Mercurio es el 'ambiente' sutil de un determinado mundo o estado de existencia" Y un poco más adelante: "El Azufre es comparable al rayo luminoso y el Mercurio a su plano de reflexión, y la Sal es el producto del primero con el segundo (20)". A este respecto, el lector podrá también remitirse, si lo desea, a lo que hemos dicho sobre la Luz intelectual y su relación con la individualidad humana.

NOTAS:
(1). "La alquimia y la astrología son las ciencias que pueden ser llamadas propiamente 'herméticas' (Formes traditionnelles et Cycles cosmiques, 1970. p. 134) – “existe también la medicina hermética o espagírica'" (id., p.136).

(2). "Sería pues del todo abusivo extender esta designación a otras formas tradicionales"(Aperçus sur l´Initiation, p. 259).

(3). "Este simbolismo se relaciona esencial y directamente con lo que se puede llama la 'alquimia humana', y que concierne a las posibilidades de! estado sutil, incluso si éstas no deben ser tomadas más que como medio preparatorio de una realización superior, como lo son, en la tradición hindú, las prácticas equivalentes del Hatha-Yoga" (cf. Formes traditionnelles... p. 130).

(4). "Se podría definir (a la alquimia) como la "técnica", por así decirlo, del hermetismo... y, por otra parte, no deben confundirse los medios de una realización iniciática, cualesquiera que fueren, con su resultado final, que siempre es de conocimiento puro" (cf. Formes traditionnelles..., p. 123).

(5). "Nótese desde ahora que no hay que confundir o identificar pura y simplemente alquimia y hermetismo: propiamente hablando, éste es una doctrina y aquélla es solamente su aplicación" (Aperçus.. , p 260, nota 2).

(6). "... las fases de la iniciación, del mismo modo que las de la 'Gran Obra' hermética, que no es en el fondo más que una de sus expresiones simbólicas, reproducen las del proceso cosmogónico" (id., p, 33).

(7). Id, p. 261.

(8). Id., p. 260.

(9). Formes traditionnelles. .. p. 121.

(10). Aperçus.., p.261.

(11). Id., p.242.

(12). id.. p. 171.

(13). Id., p. 242-243.

(14). Id., p. 245

(15). Id , p. 41.

(16). id., p. 41.

(17). Id., p. 263

(18). Id., p. 266.

(19). La Grande Tríade, 1957, cap. V.

(20) Id., p. 107-108. Nótese que, tomado en este sentido, Guénon escribe siempre estas tres palabras con mayúscula. Ocurre lo mismo para "Sí" y "Hombre Universal", mientras que escribe por el contrario "hombre verdadero" con minúsculas.

(Extracto del cap. 13 de Theologia sine Metaphysica nihil de Elie Lemoine. Ed. Traditionnelles. Recopilación y refundición de artículos y reseñas del autor aparecidos en la revista "Études Traditionnelles" entre 1985 y 1990). Dicho autor lo es también del libro Un Moine d´Occident, Doctrine de la Non- Dualité et Christianisme, Traducción española en Editorial Etnos-Indica.

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