12 février 2006

René Guénon, Extractos de cartas a Noëlle Maurice-Denis Boulet

Extracto del 12-8-1917:

"No puedo pues conceder que la oposición ser-nada, sea idéntica a la oposición posible-imposible: los dos últimos términos son idénticos, pero los dos primeros no lo son, e incluso no puede decirse rigurosamente que sea al ser sino solamente a lo posible que se opone la nada, o, más bien, que se opondría si pudiera entrar realmente como término en una oposición cualquiera"(...)

"En el dominio del ser, tomando ese principio una forma positiva, se convertirá en el principio de identidad. El aspecto inverso del mismo principio universal será contradictorio igual a imposible, es el principio que en el dominio del ser devendrá el principio ordinario de contradicción" (...)

Publicada en "Etudes Traditionnelles", sept.-octubre de 1971

Extracto del 13-9-1917:

"Paso a otro punto que, para mí, es particularmente importante: se refiere a la manera de comprender la posibilidad de un acuerdo entre las diferentes tradiciones. Este acuerdo no debe entrañar en ningún caso la sustitución de una tradición por otra, ni incluso una fusión que, desde el exterior al menos, no sería ni posible ni deseable. No podría tratarse de una fusión sino concebida de muy otra manera, como operándose desde el interior y por lo alto, pero esa es una cuestión de otro orden, sobre la cual es bastante difícil explicarse claramente, y que estamos, por lo demás, bien lejos de poder considerar actualmente de manera útil.

Extracto de 19 de Diciembre de 1918. Publicado en: "L'Age d'Or", nº especial, invierno de 1986-87, Puiseaux.

(...)Yo soy totalmente de su opinión cuando habla de una decadencia, no de la mística, sino de la teoría de la mística, y de la influencia enojosa que la filosofía moderna ha podido ejercer sobre esta rama de la teología. Sobre todo es apropiada si usted piensa, como es probable, en ciertos teólogos tales como Górres, que nunca se ha despojado completamente de la mentalidad protestante que debía a sus orígenes. Dicho esto y para ir al fondo de la cuestión, me parece que, concediéndoos la inexactitud de ciertas interpretaciones corrientes de los estados místicos, no es posible sin embargo el considerar como "místicos" los estados de orden puramente intelectual. Si se extiende el sentido del término más allá de ciertos límites, todo lo que os he dicho, podrá no aplicarse ya; también es bueno extenderse siempre sobre las definiciones, y tanto más cuanto que la extensión de que se trata no deja de entrañar ciertas confusiones peligrosas. Usted considera el elemento sentimental como puramente accidental en los místicos; yo pienso al contrario que su presencia constituye un carácter esencial del modo místico de realización. No quiero decir que eso sea el fin, lejos de ello; solamente que hay un medio propio de este modo y que le distingue precisamente de los otros, al mismo tiempo que explica en parte lo que la realización mística tiene de incompleta. Decir que es incompleta, por lo demás, no es tampoco decir que sea desdeñable o despreciable, lejos de ello; y sería buena noticia si verdaderamente, como usted me asegura, la mística no está declinando en nuestros días, pues sin eso no quedaría ya en Occidente la menor huella de realización de ningún tipo. Empiezo por deciros todo esto a fin de que no os confundáis sobre mis intenciones.

Por otro lado me parece que, cuando habla Vd. de metafísica, piensa siempre en la teoría, separándola de la realización, quizás porque concibe ésta en modo místico exclusivamente. Al contrario, cuando yo hablo de metafísica, pienso sobre todo en la realización, puesto que la teoría no es más que una preparación para ésta. Usted discute que esa preparación sea indispensable; yo estoy de acuerdo en que no lo sea forzosamente para una realización parcial, pero no es lo mismo si se considera la posibilidad de una realización completa; es cierto que Vd. no ve quizás aún muy bien lo que yo entiendo por ello, pues es evidentemente difícil de expresan Esto me lleva directamente a otra consideración: usted insiste mucho y con razón, sobre el carácter inexpresable de los estados metafisicos; pero también eso es cierto para la realización puramente metafísica, y la teoría misma debe siempre reservar la parte de aquello inexpresable que es lo esencial, dejando su concepción abierta hacia posibilidades ilímitadas; por ello la metafísica verdadera excluye toda expresión en forma sistemática. Ahora, usted dice que, "para aquellos que realizan, les importa poco expresarse claramente"; yo iría incluso más lejos, y diría que les es indiferente no expresarse en absoluto. La expresión, necesariamente inadecuada, no tiene otro interés que ayudar a concebir ciertas cosas; es un "coadyuvante", pero nada más, y ello ya se trate de la expresión por palabras o por símbolos cualesquiera.

No creo haber dicho jamás que la mística sea "un medio de expresar la metafísica"; se podría quizás decir eso de la teología, pero esa es otra cuestión. Toda realización, incluso parcial, sobrepasa inmensamente la expresión; y aquella no puede ser calificada con justicia de "estadio inferior", pues se trata de una realización que es todo lo que puede ser, dado su punto de partida. Usted misma reconoce que no es completa, es decir, que no puede llegar sino hasta ciertos límites; pero yo atribuyo eso a su carácter "irregular", si así puede decirse, mientras que Vd, ve ahí una necesidad de toda realización, cualquiera que sea: ahí está, a mi parecer, la mayor diferencia que hay entre nosotros.
Antes de tratar este punto más a fondo, aún es preciso, para no dejar pasar nada de su carta, que yo formule algunas otras observaciones. Vd. teme rebajar la religión al reconocerle un carácter simbólico; sin embargo, ¿puede Vd. negar ese carácter para todo lo que, en la religión, es medio de expresión, ya sea en el orden del dogma o en el del rito? No crea que esa sea una razón para rechazar el poder efectivo del rito como lo hacen los protestantes, bien al contrario; y la existencia de ese poder, cuando es reconocida, es precisamente uno de los mejores ejemplos para mostrar la función de un elemento simbólico como soporte de una determinada realización. Añado que, para mi, símbolo o expresión, son en el fondo la misma cosa, de suerte que la función de la teoría en metafísica, no puede ser otra que la que acabo de indicar, y aun con la diferencia de que la eficacia no es inmediata; pero lo que se conoce verdaderamente no puede nunca perderse y debe llevar tarde o temprano a una realización correspondiente.

Otra cosa aún: Vd. dice que, en la contemplación mística, "la inteligencia entra en juego en modo intuitivo e inexpresable". En cuanto a lo inexpresable, según lo que acabo de deciros, es común a toda realización; en lo que atañe al carácter intuitivo, debería decir otro tanto si perteneciera verdaderamente (yo lo entiendo en el orden intelectual) a los estados místicos. En efecto, la intuición intelectual ¿no es la que constituye propia y esencialmente la metafísica? Sin ello, ésta no podría ser "suprarracional" como debe serlo; no reconocerle este carácter equivale para mí a negar la metafísica, o, lo que viene a ser lo mismo, a atribuir este nombre a algo que no será en realidad sino una seudo-metafísica. La traducción en modo racional, con todas sus imperfecciones inevitables, no puede intervenir en metafísica más que para la exposición, no para el conocimiento mismo; y es solamente en esta exposición racional o discursiva cuando hay riesgo de que se introduzca el error, la intuición no siendo susceptible de él en razón de su carácter directo e inmediato.

Si he hecho una reserva en todo momento en lo que concierne a la función de la intuición intelectual en los estados místicos, es primeramente porque temo que usted confunda un poco esta intuición intelectual con la "visión intelectual" de los místicos, tanto más cuanto que sé que muchos cometen efectivamente esta confusión, incluso entre los teólogos. Hay sin embargo ahí dos cosas esencialmente distintas: no hay que olvidar que la "visión" intelectual es un "fenómeno" místico, fenómeno que sobrepasa además con mucho, como Vd. dice, todas las leyes de la psicología (hay que reírse de los psicólogos del género de Delacroix que pretenden explicar esas cosas); pero, a fin de cuentas, el empleo mismo de la palabra "fenómeno", si se le quiere conceder un sentido (y me parece que ello es necesario), ¿no indica que se trata de algo que sobrepasa el dominio de la individualidad? Y son los límites de este dominio los que, para mí, marcan los de la realización mística; pero debe quedar bien entendido que yo hablo aquí no de la individualidad restringida y fragmentaria que es todo lo que se considera de ordinario con este nombre, sino más bien de lo que yo llamo para distinguirla, la individualidad "extensa", con el desarrollo integral de todas las posibilidades que ella comporta, y que son "indefinidas" (pero no infinitas). Vd. parece darme la razón cuando habla, para el místico de la invasión en él de algo que no es él", lo que yo no puedo interpretar como "su acceso a un dominio supraindividual", sino solamente como la acción de un principio supra-individual en el dominio individual. Vd. podría reflexionar un poco sobre esta expresión de "fenómenos místicos", y decirme si encuentra otra significación posible; por mi parte, yo no se la veo. En todo caso, no puede evidentemente tratarse de fenómenos de ningún tipo desde el punto de vista metafísico; con mi interpretación, ello se explica por el carácter universal de todo lo que es metafísica, y, por otra parte, esto es quizá lo que marca más nítidamente la diferencia profunda entre los dos modos de realización, mística y metafísica, porque, señalando sus dominios respectivos, ella muestra por sí misma hasta donde una y otra pueden conducir; y vuelvo así a la cuestión de la posibilidad de una realización "completa".

(...) Vd. dice que "una realización completa y absoluta en todos los aspectos supondría la liberación total y efectiva de todas las condiciones de la existencia humana". Yo mismo, no creo haber dicho jamás otra cosa e incluso añadiría: no solamente de la existencia humana, sino también de todo otro modo de existencia individual, cualquiera que sea. Estamos pues completamente de acuerdo sobre este punto; solamente que no lo estamos sobre las consecuencias que conviene desprender de ello. Esto se debe sobre todo a que Vd. considera siempre al ser humano únicamente como ser humano y, desde este punto de vista, Vd. tiene ciertamente razón: puesto que el estado humano es un estado individual y condicionado, es evidente que no se puede, permaneciendo en este estado, liberarse de las condiciones que precisamente lo definen, y que en suma, producen toda su realidad, al menos cuando uno se limita a considerarlo en sí mismo. Puesto que Vd. admite que el místico "no está nunca liberado más que parcial y virtualmente", es, pues, que nunca es otra cosa que un individuo humano; él tiene, como todo ser individual, la posibilidad de ser otra cosa, pero la posibilidad solamente. No veo, pues, cómo Vd. puede lógicamente pensar que alcanza un dominio supra-individual; me parece sobre todo que deberíamos estar totalmente de acuerdo en lo que concierne al místico: él extiende su individualidad indefinidamente, puede llegar a realizar todas las posibilidades de las que es capaz; pero la individualidad extendida no deja de ser la individualidad, con todas las condiciones limitativas que le hacen ser lo que ella es.

Ahora, he aquí el otro punto de vista, el que Vd. no ha considerado: el ser que, en determinado modo de existencia, es un individuo humano, puede también ser otra cosa; y puede serlo, no sólo sucesivamente, sino también simultáneamente, e incluso mejor, puesto que el tiempo no es más que una de las condiciones especiales del estado individual humano, no teniendo que intervenir en todo lo que se encuentra fuera de este estado. No creo que las expresiones "antes" y "después", empleadas con relación a la existencia humana en su conjunto, sean susceptibles de otro sentido que el de una sucesión puramente lógica y causal; pero una relación de causalidad, tanto entre estados de existencia diferentes como en el interior de un mismo estado, supone necesariamente una simultaneidad. No quiero decir que no haya, fuera del estado humano, modos de sucesión más o menos análogos al modo temporal, y pudiendo ser comprendidos junto con éste en un término más general, como el de "duración"; pero esos modos no son nunca, como el tiempo mismo, más que condiciones particulares de tal o cual estado de existencia, y, por consiguiente, no tienen tampoco que intervenir cuando uno se emplaza en lo universal, es decir, cuando se consideran las posibilidades del ser total, en lugar de limitarse a las de uno de sus estados. Y yo añadiría que sólo entonces es encarado el ser metafísicamente, puesto que el punto de vista metafísico es propiamente el punto de vista de lo universal.
Usted no contestará ciertamente, creo, que el ser humano puede ser otra cosa que lo que es en tanto que individuo y que, en tanto que es otra cosa, no está sometido a las condiciones de la existencia humana; en particular, no está ya sometido al tiempo, que es una de esas condiciones. Esto significa que una realización relacionada con los estados extra-individuales no puede ser restringida a no producirse más que después de la existencia humana, más bien que "durante" o incluso "antes" (estas palabras tomándose aquí en su sentido temporal ordinario, el cual no puede aplicarse verdaderamente sino en el interior de la existencia humana). Consecuentemente, el estado humano podrá, tanto como no importa que otro estado de existencia, ser tomado como base de tal realización.

Toda la dificultad para Vd. me parece que viene de que no se coloca en lo que podríamos denominar el "no-tiempo". Convengo en que puede ser a veces bastante difícil desprenderse del punto de vista temporal; y, sin embargo, creo que Vd. misma reconoce que ello es necesario o que si no habría que renunciar a toda metafísica. Lo más difícil, en mi opinión, es concebir las relaciones del tiempo y del "no-tiempo"; se puede, no obstante, llegar a ello (observe bien que digo concebir y no imaginar).

Ahora, usted dice que "la realización absoluta o total, la unidad infinita, la visión beatifica no puede ser alcanzada en esta vida". Aquí aún, estamos muy de acuerdo, y pensar de otro modo sería de todo punto contradictorio, puesto que ello sería simplemente pensar que lo universal puede ser comprendido en lo individual, o lo incondicionado en lo condicionado (no siendo la vida, por lo demás, como también el tiempo y el espacio, más que una de las condiciones de la existencia humana individual). Por tanto, yo nunca he podido decir que la realización completa era posible "en este mundo", pues, por "este mundo", no puedo entender otra cosa que el conjunto de las condiciones de la individualidad humana actual. Solamente que, afirmando esta imposibilidad, no quiero decir tampoco que tal realización deba necesariamente diferirse hasta después de la muerte, puesto que precisamente este "después" no tiene ya sentido en el orden extra-individual, el único que hay que tener en cuenta en lo que concierne a esta realización. Suponer eso es suponer que lo incondicionado es afectado por las contingencias relativas al curso de la existencia humana, a su comienzo y a su final (que no son comienzo y fin más que desde el punto de vista de la individualidad, y diría incluso de la individualidad restringida), ello es, pues, encarar lo incondicionado como condicionado, es decir, recaer exactamente en la misma contradicción, aunque de otro modo.

Así, el individuo, en tanto que individuo, no puede de ninguna manera salir de las condiciones que le hacen ser tal; pero el ser que es un individuo humano es también otra cosa al mismo tiempo, y por eso mismo puede hacer efectiva la comunicación que existe virtualmente entre su estado humano y sus otros estados (y ello para todo o parte de los estados en cuestión). Que ese resultado sea obtenido a partir del estado humano o de no importa qué otro, es a fin de cuentas lo mismo, pues el estado humano debe necesariamente reencontrarse, lo mismo que todos los otros, en el orden total. Por otra parte, teniendo todos los seres a este respecto unas posibilidades rigurosamente equivalentes, la realización deberá finalmente ser alcanzada por todos a partir de un estado o de otro; ve usted que yo voy aquí más lejos que Vd., y que, para mí es solamente desde el punto de vista humano que "muchos (e incluso todos) son los llamados pero pocos los elegidos"; pero, desde este punto de vista, es perfectamente cierto que "pocos son los elegidos", es decir, que pocos realizan efectivamente a partir del estado humano, sea durante la vida, sea tras la muerte, o sea, para hablar de una manera más exacta metafísicamente, sea en la parte de la individualidad humana que representa la existencia terrestre, sea en la extensión o la prolongación póstuma de esta misma individualidad (prolongación que puede además ser considerada como "perpetua", es decir, temporalmente indefinida) (...).

Llegando a este punto, se presenta una dificultad: parecería, según lo que acabo de deciros, que no tiene ninguna importancia que la individualidad humana sea tomada como base de la realización más bien que no importa qué otro estado, si el resultado final debe ser idéntico en todos los casos. Además el estado humano no es más que un estado entre los otros y como los otros; desde el punto de vista de lo universal, si no puede pretender en absoluto ser desventajoso con relación a los otros, no puede pretender tampoco ningún privilegio. Sin embargo, es al contrario muy importante que este estado humano proporcione la base efectiva de la realización; pero, por el momento, no puedo apenas insistir sobre ello, y me contentaría con aseguraros que la dificultad que acabo de señalar a fin de anticiparme a una objeción que ciertamente usted misma me habría hecho) no es en absoluto insoluble, aunque se necesitan muchas precauciones para expresar la solución más o menos convenientemente.

Aún queda otra vertiente de la cuestión: ¿qué ocurre con la individualidad humana para el ser que ha logrado la realización completa? En un sentido, es como si ella no existiera, pues toda contingencia no es nada con relación a lo universal; pero en otro sentido, ella es, en el ser total, un elemento tan necesario como todos los otros (con un simbolizo matemático, podría representarse el ser total, no como una suma aritmética, sino como una integral de todos aquellos elementos que son sus estados de existencia). En todo caso, desde el momento que el ser está en un estado incondicionado, las condiciones de su estado individual, no siendo ya limitativas, no pueden existir para él más que en modo ilusorio; pero, en cuanto a las apariencias y con relación a los otros individuos humanos, nada ha cambiado. (...).

En cierto aspecto, podrá decirse que la realización metafísica se opera en sentido inverso a la realización mística. En efecto, esta última implica la acción de un principio universal en el dominio individual, acción que puede ser designada simbólicamente como un "descenso" de ese principio (pero, entiéndase bien, sin que el principio sea para nada afectado). Por otra parte, la realización metafísica puede ser considerada en cierto modo como una toma de posesión de los estados superiores, es decir, como una "ascensión" del ser realizado a esos estados. Naturalmente, "descenso" y "ascensión" no son aquí más que expresiones figuradas; pero es en suma otra manera de expresar el carácter "activo" de una de las dos realizaciones con relación a la otra. Por lo demás, la oposición no existe más que en un aspecto, en cuanto a los medios y no en cuanto a los fines; la realización completa entraña necesariamente por añadidura los efectos que produce toda realización parcial.(...).

Hace falta todavía, para no quedar incompleto, marcar una diferencia de las dos realizaciones en cuanto a sus preparaciones respectivas: la preparación teórica es indispensable a la realización metafísica, pero no a la realización mística; ello, Vd. lo admite como yo. Yo añadiría solamente que esta preparación no concierne más que a lo que es de orden metafísico puro, con exclusión de todo lo que es del orden de los conocimientos relativos (como el conocimiento propiamente científico), que aquí no tiene ninguna importancia. Por otro lado, hay también cierta preparación que es totalmente particular de la realización mística: es lo que podría denominarse "moral", si esta palabra no tuviera el riesgo de ser tomada en un sentido más bien desfavorable; esta preparación cuya naturaleza está estrechamente conectada con el elemento sentimental del misticismo, siendo del orden de las contingencias humanas si no incluso sociales, no podría tener ningún efecto en cuanto a la realización metafísica. (..). Además, las consecuencias nada tienen que pudiese inquietar a nadie, puesto que en los resultados, todo el resto se encontrará igualmente por añadidura.

Parece sin embargo (...)que incluso la preparación "moral" no os parezca como absolutamente indispensable para la realización mística; eso os ayudará a comprender que ella sea de todo punto indiferente a otro modo de realización, pero al mismo tiempo mostraría aún ese carácter 11irregular" que es propio del modo místico. Aquí, es bien cierto que no hay ningún método; pero yo no puedo decir como Vd. que no hay ningún método de realización en cualquier modo que consideremos. Todo método no es más que preparatorio, bien entendido; pero, incluso con esta restricción Vd. no quiere admitirlo, porque, dice Vd., "eso sería admitir que lo sobrenatural obedece a la naturaleza". ¿Eso es exacto si esa preparación es puramente metafísica? La palabra misma de "metafísica" ¿no quiere decir "más allá de la naturaleza"? No hay conciliación posible entre la metafísica y un "naturalismo" cualquiera, mientras que el misticismo puede, sin contradecirse y sin negarse a sí mismo, admitir cierto "naturalismo", a título provisional al menos.(...).

El carácter relativo y "fenoménico" del orden místico se manifiesta aún en el hecho de que los estados místicos son susceptibles de caricatura: hay una "mística diabólica" tanto como una "mística divina", y las apariencias exteriores pueden ser las mismas en los dos casos. En metafísica, no hay tal cosa, puesto que, no teniendo relación con los fenómenos, se está por ello mismo fuera de toda dualidad de ese género.(...).

Blois, 16 de febrero de 1919:

( ... ) Dicho esto, vuelvo a vuestras dificultades lógicas. Me hacéis primero esta objeción: “Un ser no puede ser simultáneamente y bajo la misma relación individual y universal”. Sin duda, no, pero ¿he dicho nunca algo parecido? Es preciso que eso sea simultáneamente, puesto que uno de los dos estados de los que se trata, es, no solamente extratemporal, sino fuera de toda condición de duración o de sucesión del modo que sea, luego necesariamente en perfecta simultaneidad con todo el resto. Pero es muy evidente que no es bajo la misma relación, puesto que es en tanto que es otra cosa que el ser que es un individuo humano en uno de sus estados no está ya sometido a las condiciones de la existencia humana ( ... )

He empleado en todo momento, para hablar vuestro lenguaje, la palabra de “criatura” (“el individuo como tal”) y yo lo he hecho tomándola en el sentido que considero como más aceptable, bien que no está seguro que este sentido sea exactamente el vuestro. Por lo demás, si hubiera podido atenerme al punto de vista metafísico puro, no habría tenido que servirme de esa palabra, o más bien de la idea que expresa; la manera en que planteáis la cuestión (y no os lo reprocho, ciertamente) la que me fuerza a pasar a veces al punto de vista teológico. Hace falta que me detenga un poco sobre esta concepción de la creación, que es además no específicamente cristiana, sino propiamente judaica en su origen, y, por consiguiente, común a todas las doctrinas que tienen una raíz judaica, pero a ellas solamente. Como esta concepción no existe entre los Orientales (a excepción de los musulmanes), como tampoco existía entre los Griegos, no me es posible considerarla tan fundamental como parece serlo para vos, no como teniendo una significación verdaderamente metafísica. Su verdadera razón de ser es muy distinta, y, si se pone cada cosa en su lugar, no es en el dominio de la metafísica en donde tiene que intervenir, sino solamente en el dominio propiamente religioso, en el sentido más estricto de esta palabra. Esta concepción puede ciertamente traducir todo un orden de verdades de la manera más apropiada para un determinado nivel de comprehensión, lo que es muy apreciable; pero su necesidad reside sobre todo en un peligro inherente a la metalidad de ciertos pueblos o de ciertas razas, peligro que es una tendencia a admitir una “materia” coeterna a Dios, o, si quréis, a sustituir la concepción divina por una concepción “demiúrgica.” Como quiera que sea, si es en la idea de creación donde encontráis algún obstáculo, os pudo asegurar que no es en absoluto incompatible con la realización de la “identidad suprema”. Su “composibilidad” (si se puede emplear esta palabra) aparece bastante claramente en ciertas doctrinas islámicas, y los musulmanes no están menos vinculados que los cristianos a la concepción de Dios bajo el aspecto creador. (...)

Para mí, la posibilidad de un conflicto real entre el punto de vista metafísico y cualquier otro punto de vista, comprendido el punto de vista religioso, es algo de todo punto inconcebible. (...)

No hay más que un último punto sobre el cual estoy obligado a detenerme: y es que parecéis encontrar extraordinario que yo relacione el “amor de caridad” con el orden afectivo, ¿a qué queréis pues que lo vincule? No puede serlo al orden intelectual, y confieso no haber jamás podido comprender lo que Spinoza quería entender por “amor intelectual”, tal expresión pareciéndome fundamentalmente contradictoria. Decía que no habéis jamás contestado que el amor, la humildad, etc., estén en el principio de la vía mística; me parece que eso es reconocer que el elemento sentimental es esencial a ésta, y entonces estamos de acuerdo al menos sobre ese punto, pues yo no he dicho nunca que ese elemento constituyera el término de la vía mística, sino simplemente su medio característico, aquel cuya presencia hace que sea propiamente mística. Solamente que he aquí la dificultad: el orden sentimental no tiene razón de ser más que en el individuo y con relación al individuo, ¿cómo pues, lo que con él se relaciona podría conducir más allá de las posibilidades individuales? En todo caso, si lo puede, no será nunca más que ocasionalmente y como “por accidente”; y, por lo demás, en tales condiciones, no importa qué podría hacer otro tanto y tomarse también como base o soporte de una realización; pero, normalmente, no se puede ahí esperar nada más que una extensión (que puede ser indefinida) de la individualidad. Lo que es del individuo no puede, en sí mismo, tener efecto fuera del dominio individual, lo mismo que lo que es acción no puede liberar de la acción; si fuera de otra forma, el efecto no estaría en la causa y le sería superior. Sé bien que la idea “caridad” puede ser transpuesta analógicamente, como no importa qué otra idea puede serlo; pero entonces no sería ya cuestión de una aplicación exclusiva al dominio humano, que es aparentemente todo lo que consideráis. Haría falta entenderlo más bien en el sentido de una “caridad cósmica”, como los Árabes lo entienden, por ejemplo, cuando hablan del santo que”sostiene los mundos por su respiración” 8lo que se refiere por otro lado a una de las significaciones simbólicas del rosario entre los Orientales). En todo caso, si tomáis la caridad, como se hace de ordinario, en un sentido moral y social, su carácter sentimental o afectivo es manifiesto; y la palabra “amor” que añadís viene aún a confirmar esta interpretación. En cuanto a la “abnegación de sí”, no parece más un reflejo debilitado de lo que los Orientales llaman con diversos nombres que significan todos la “extinción del yo”.

(...) Si no me hago comprender suficientemente, entiéndase bien que podréis siempre pedirme otras explicaciones, y tendré el mayor placer en dároslas, tanto más cuanto que eso me proporciona la ocasión de salir un poco de todas esas ocupaciones insignificantes que tanto me pesan. Quizás esta última razón os hará ver que sería caritativo por vuestra parte no diferir una nueva respuesta.

Blois, 27 de marzo de 1921:

Me parece que hay todavía un pequeño malentendido sobre lo que os he dicho a propósito de vuestro artículo1 y del “concepto de contemplación”. Lo que os reprochaba, no era del todo decir que ese concepto es preciso en el Evangelio: lo era decir que había estado “hasta entonces confuso”, y ello de una manera totalmente general y sin aportar ninguna restricción

(...)
Otra cosa aún: decís que “el intelecto creado no podía por sí contemplar a Dios; ello es evidente si se trata del intelecto creado, pero este epíteto ¿puede aplicarse al intelecto puro y trascendente, único que interviene directamente en el orden metafísico? Pienso al contrario que es preciso reservarlo para las facultades individuales (razón y otros elementos psicológicos), pues no veo que creado pueda no ser sinónimo o equivalente de “manifestado” y de “condicionado”. En suma, creación y manifestación son una sola y misma cosa considerada bajo dos puntos de vista diferentes ( de otro modo, la creación sería necesaria y eterna); pero, precisamente, el intelecto puro es, en sí, del orden de lo no manifestado y de lo incondicionado, y si no perteneciera él mismo a ese dominio, que es el de la metafísica, no podría alcanzarlo, como tampoco lo pueden la razón y las otras facultades creadas, que, en virtud de su naturaleza misma y de sus condiciones propias, no recibirán nunca de él más que una especie de conocimiento indirecto, por reflejo y por participación, (al menos en tanto que subsistirán las condiciones limitativas que definen la individualidad, es decir, hasta que la realización total sea efectuada, tras lo cual no puede ya ser cuestión de esas facultades como distintas del intelecto mismo o del principio de todo conocimiento). ( ... )
Blois, 28 de julio de 1921:

(...) En cuanto a las reservas que exigiría el Brahmanismo “desde el punto de vista de la fe católica”, os equivocáis grandemente al pensar que “eso es evidente”: no es así más que para quienes se atienen al respecto a las nociones comunes y superficiales (remitios a lo que he dicho a propósito de la actitud de los Jesuitas en China en el siglo XVII). Hay ahí todavía una confusión de puntos de vista, y haría falta al respecto el volver a la definición de la religión, punto que no habéis tratado. Si fuera preciso forzosamente establecer una comparación entre dos doctrinas que no se emplazan en el mismo terreno, la que puede admitir la coexistencia de la otra sin ser por ella molestada, me parece tener la ventaja, pues ello prueba que puede tener todo lo que la otra posee de verdad, con algo más. ¿Sabéis que muchos Hindúes, entre los más estrictamente ortodoxos (los otros apenas cuentan) ponen entre ellos a Cristo en lugar de honor? Por otra parte, sé que hay Católicos eminentes que están muy lejos de compartir vuestra manera de ver y encontrar las pretendidas incompatibilidades que parecen espantaros; si yo tuviera permiso para decirlo, podría incluso invocar la autoridad de un cardenal que ha muerto hace pocos años... Me parece, por lo demás, que tenéis una tendencia, quizás enojosa, a identificar el Catolicismo entero al tomismo, e incluso, más exactamente a cierta interpretación del tomismo, que sé bien que no es la de todos los escolásticos ni de todos los teólogos. (...)

En fin, vuestra última frase encierra un desprecio que me ha dejado profundamente estupefacto: ¿Dónde habéis podido descubrir que yo propongo “una renovación de la antigua Gnosis, madre de las herejías”?2 (...) sin embargo, para evitar toda falsa interpretación, me he abstenido cuidadosamente, en toda mi obra, de emplear esa palabra de Gnosis, a pesar de su perfecta equivalencia con el sánscrito “Gnâna”, y me he contentado con el de metafísica, que puede casi siempre sustituirlo sin inconveniente (cuando ello no es posible, se puede hablar simplemente de “conocimiento”). No hay ahí, por mi parte, ni habilidad ni falta de franqueza (vuestra frase podría hacerlo creer), sino solamente el deseo de descartar todo lo que arriesgue ser mal comprendido, en la medida que es posible preverlo. ( ... )
Publicados estos tres últimos extractos en el Dossier H: René Guénon, París, 1984.

1. Se trata del artículo El renacimiento de los estudios místicos, en La Revue Universelle, febrero de 1921.(Nota del T.)

2. El autor se refiere a un pasaje del artículo Las doctrinas hindúes, en La Revue Universelle, 15 de julio de 1921. (Nota del T)

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