02 mars 2006

René Guénon, Dos extractos a Pierre Germain

26 de agosto de 1916:

He recibido bien vuestras dos cartas, pero no he tenido tiempo de responderos antes de nuestra partida de Blois. Es lo que os explica esta carta a lápiz, que os he escrito en el viaje, no queriendo esperar más tiempo para devolveros la de Maritain que os agradezco haberme comunicado. Su respuesta a vuestra pregunta no es en efecto muy clara ni muy satisfactoria. Según la doctrina escolástica, es cierto que es la materia el principio de individuación, la individualidad del alma deriva pues de la materia: su individualidad, pero no su ser ni su esencia, evidentemente. Parece que haya una confusión al respecto en el post scriptum. En cuanto al ángel, él es limitado o determinado por su esencia misma.

Ahora, para lo que es del alma separada del cuerpo, no se puede decir que sea un hombre, pues el hombre es precisamente definido como el compuesto de ambos. No se puede pues decir incluso que el alma separada sea un ser completo, y ése no es para ella en suma más que un estado transitorio, puesto que su naturaleza es ser la forma de un cuerpo. (Se trata siempre, entiéndase bien, del alma individual, lo que la doctrina hindú llama jîvatmâ o el alma viviente).

Otra cosa: materia signata es la materia informada, la cual es siempre cuantificada; luego es un pleonasmo decirla signata quantitate.

En fin, no creo que Santo Tomás pudiese decir que el alma humana tiene un esse absolutum: este absoluto sería aún demasiado relativo.

Para la cuestión del infinito, M. Gombault me decía el otro día que los que admiten un infinito secundum quid como siendo algo distinto de lo indefinido no pueden ser considerados como verdaderos escolásticos. Tengo curiosidad por saber lo que Maritain responderá a mi carta. Por lo que hace a la indeterminación, le he precisado bien que yo no lo entendía del todo en el sentido de Spinoza.
Para la “Revue de Philosophie”, lo mejor es ciertamente esperar la respuesta que os dará Maritain. En todo caso, gracias por vuestro ofrecimiento de escribir al P. Blanche. M. Gombault no conocía la existencia de esta revista; ¿sabéis cuál es su espíritu exactamente? No he tenido todavía tiempo de poner a punto mi trabajo sobre la substancia, pero trataré de hacerlo lo más pronto posible ( ... )


16 de septiembre de 1916:

( ... ) Si se considera el pretendido “infinito potencial” como verdaderamente infinito, como lo hace Maritain, no veo más que vos, cómo se puede escapar a una masa de contradicciones; y además debe necesariamenre ser así, puesto que la contradicción está en la hipótesis misma.

En cuanto a la dificultad que me sometéis respecto al tema del acto y de la potencia, no me parece del todo insoluble, pero hace falta primero tener en cuenta esto: yo nunca he dicho que el acto y la potencia, o la esencia y la substancia, son dos aspectos contrarios del ser, sino que son dos aspectos complementarios, lo que no es del todo la misma cosa. En segundo lugar, el acto es muy anterior a la potencia en principio (en el ser), pero le es posterior de hecho (en la manifestación; su relación debe pues ser tomada en sentido inverso según el punto de vista bajo el cual se le considera, y no veo en qué eso podría impedir decir que los dos términos son correlativos. Además, si consideramos el acto y la potencia en el ser en sí, es para poder hablar de ellos y porque no podemos evidentemente expresar nada (incluso mentalmente) de otra forma que en modo distintivo; pero no hay que perder de vista que su distinción no es real más que con relación a la manifestación.

Yo no veo muy bien lo que entendéis por “reciprocidad de relación”; entre el padre y el hijo, por ejemplo, la relación no es reversible, y sin embargo ellos no son tales más que uno con relación al otro, es decir, que son bien correlativos. Igualmente, no habría lugar para hablar del acto si no se considerara la potencia correlativamente, pero la naturaleza de su relación puede sin embargo ser tal que hay prioridad lógica del uno con respecto al otro.

En cuanto a querer reducir uno de los dos términos al otro, es sin duda escapar al dualismo, pero por el monismo, y eso es imponer una limitación que es incompatible con la metafísica. Hay sin embargo un sentido en el cual se puede decir que el ser es el acto puro; es preciso para ello considerar que la potencia, en sí misma y por ella misma, no es nada, o más bien que ella es “la nada” (... ), de dnde resulta que el acto debe ser “el todo” del ser; lo que no impide la ser en sí ser superior al acto como tal, puesto que es el principio del acto tanto como de la potencia.

En todo esto, entiéndase bien, hay que limitarse a lo que pertenece al dominio del ser; puesto que la escolástica no va más lejos, no puede haber sitio, para todo el resto, para buscar ni conciliación ni contradicción. Santo Tomás ha completado y corregido a Aristóteles sobre muchos puntos, pero el empleo del lenguaje aristotélico puede producir a veces ciertas fluctuaciones aparentes, cuando se encuentra aplicado a ideas que sobrepasan el pensamiento griego. Es sin duda a causa de la influencia de este pensamiento griego, como la escolástica se ha detenido en el ser, lo que le impide ser la metafísica integral. Todavía habría que estar bien seguro que no hubiera, en la edad Media, otra enseñanza más completa y más profunda, y ello es bastante verosímil si se considera que la “Summa” no era, en la intención de su autor, más que un tratado elemental para uso de los estudiantes. Ello prueba en todo caso que había por entonces una intelectualidad más desarrollada que hoy: ¡es cierto que en aquel tiempo no se creía aún en el “progreso”!

Aún una palabra a propósito de vuestra objeción: no se puede ciertamente decir que Dios sea uno de los dos polos de la manifestación; debe contener en él los dos polos, siendo su principio común, en tanto que es el principio de la manifestación, es decir, en tanto que es el ser. Por lo demás, la traducción de las verdades metafísicas en lenguaje teológico no debe evidentemente modificar en nada esas verdades. Es necesario sin duda mucha precisión para que la aplicación no arriesgue llevar a una falsedad, pero la dificultad está sobre todo en la expresión; en el fondo, es de una verdadera traducción de lo que se trata.
Si mis explicaciones no os satisfacen enteramente, seréis tan amable de decírmelo, y yo os quedaría muy agradecido por señalarme las objeciones que puedan hacerse, pues sólo de esta manera se puede llegar a precisar los puntos que tienen necesidad de ello, y a evitar confusiones molestas que podrían producirse si so se tomaran suficientes precauciones.

Publicados en Dossier H: René Guénon, París, 1984.

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